- Alrededor de 370 millones de personas, en más
de 90 países, pertenecen a pueblos indígenas.
- Comunidades en Bolivia, Ecuador, Colombia y
Perú rescatan sus conocimientos tradicionales y se valen de la tecnología
para manejar sus recursos y sus territorios.
Los pueblos indígenas están conformados por alrededor de 370
millones de personas, lo que representa casi el 5 % de la población mundial
distribuidos en más de 90 países, según datos de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Las comunidades indígenas son consideradas, además, entre las
poblaciones más vulnerables del planeta debido a las constantes amenazas a sus
territorios lo que, en muchos casos, las obliga al desplazamiento forzado y a
la pérdida de su cultura y conocimiento ancestral. Frente a esta situación, los
pueblos indígenas se han organizado para garantizar la protección de sus
bosques, preservarlos y conservar sus tradiciones. En el Día Internacional de
los Pueblos Indígenas, Mongabay Latam presenta cuatro de esas experiencias
realizadas en Ecuador, Bolivia, Perú y Colombia.
Ecuador: el aviturismo del pueblo waorani
Desde hace 20 años, en la comunidad waorani de Gareno, que forma Parte del Parque Nacional Yasuní
(PNY), se realizaban expediciones de observación de aves impulsadas por
agencias de turismo. La actividad, en lugar de beneficiar a los waoranis, les
había ocasionado malestar debido al incumplimiento de los compromisos de
quienes ingresaban al territorio indígena.
Las expediciones se hacían en unas 5000 hectáreas de bosques
perfectamente conservados donde habitan especies emblemáticas como el águila
harpía (Harpia harpyja). Pero el destino de estos bosques estuvo a punto de dar
un giro hace un año y medio atrás, cuando fueron concesionados para la extracción
de madera.
“Se iba a cortar el bosque”, dice Francisco Sornoza, de la
Fundación EcoCiencia, quien impulsó el programa de aviturismo en la comunidad
de Gareno. “Todos los arboles estaban marcados, incluyendo el área del águila
harpía. Tuvimos que demostrar que si cortan el bosque no quedará nada”.
El proceso de concesión se detuvo y los waoranis declararon
las 5000 hectáreas como la Reserva Gareno Santuario del Águila Harpía y
empezaron a desarrollar recorridos de avistamientos de aves. Jóvenes y adultos se
organizaron para participar de los talleres y aprender el guiado de visitantes.
“Ahora protegen al águila arpía”, dice Sornoza.
Los waoranis ya conocían las especies de aves que se pueden
encontrar en los recorridos turísticos. Loros, guacamayos, periquitos, pavas,
perdices, garzas, patos, gallinazos, halcones, gavilanes, águilas, palomas,
cucos, búhos, carpinteros, quetzales, trogones, martines pescadores, urracas,
jacamares, barbudos, tucanes, trepatroncos, cotingas y oropéndolas eran parte
de su conocimiento tradicional.
Sin embargo, ahora cuentan con guías que les permiten saber
sus nombres científicos y se planea elaborar una publicación sobre las aves de
Gareno con nombres en waorani, español e inglés para que pueda ser usada
fácilmente por toda la comunidad.
En el territorio de los waoranis se pueden encontrar los llamados leks, o sitios de apareamiento de aves como los mamakines, colibríes y cotingas. También están los saladeros o colpas, espacios donde aves como los Psitácidos (loros, guacamayos, amazonas, pericos y periquitos) acuden para ingerir minerales.
En estos bosques habitan, además, aves que solo pueden ser
localizadas durante la noche como el Rufous potoo (Nyctibius bracteatus), una
de las aves más raras de la Amazonía. En Ecuador se han registrado cerca de
1700 especies de aves en sus tres regiones continentales: costa, sierra y
Amazonía, así como en Galápagos.
Bolivia: los bosques de incienso
Los bosques de incienso (Clusia pachamamae) en la Tierra
Comunitaria de origen lecos de Apolo supera las 3000 hectáreas y se extienden
entre los 1500 y 2400 metros sobre el nivel del mar, en La Paz, Bolivia.
La recolección de la resina que proviene de este árbol es una
antigua tradición de las comunidades indígenas, cuyo uso está relacionado con
rituales indígenas, pero también con celebraciones católicas. Es un recurso
abundante en los bosques montanos húmedos de Bolivia que, sin embargo, recibe
una enorme presión debido a la gran cantidad de cortes que se hacen en cada
árbol para extraer la mayor cantidad de resina.
“El pueblo leco de Apolo cuenta con un plan de manejo para la
recolección de incienso que pone énfasis en el número de cortes en cada árbol
para evitar la sobre explotación”, comenta Ximena Sandy, coordinadora de
iniciativas productivas de Wildlife Conservation Society (WCS) Bolivia,
institución que desde el año 2004 trabaja con el pueblo nativo leco de Apolo.
La recolección –añade Sandy– se hace ahora una vez al año, a
diferencia de las tres o cuatro veces que antes se solía ir al bosque para
extraer la resina de incienso. Se trata de un trabajo difícil porque significa
internarse por lo menos una semana en el bosque para realizar los cortes a los
árboles por donde fluirá el líquido que meses más tarde se recolecta en
jornadas igual de intensas.
Con los planes de manejo ahora se regula la cantidad de cortes
y la profundidad de los mismos para evitar que el árbol se seque y muera por
esta práctica de aprovechamiento.
“Cada persona logra extraer por lo menos 12 libras
[aproximadamente 5 kilos] de incienso que luego comercializa en Apolo a un
precio de 90 bolivianos la libra [13 dólares]”, explica Sandy sobre los
beneficios económicos que ofrece este recurso a los pueblos indígenas.
La reducción de los bosques de incienso por la expansión
agrícola y la ganadería también es una amenaza para la conservación de esta
especie. Una forma de enfrentar esta presión ha sido el repoblamiento de estos
espacios mediante el transplante de pequeñas plantas provenientes de lugares
con alta densidad de árboles de incienso.
Para las comunidades nativas, la recolección de incienso es
una actividad económica complementaria a la agricultura y una fuente importante
de ingresos. Según WCS Bolivia, cada familia productora de incienso puede
obtener en promedio 8000 bolivianos (1159 dólares), por 112 libras de resina de
incienso al año.
Perú:
conservación de la chambira
El uso tradicional de la chambira (Astrocaryum chambira) es
una costumbre que se ha mantenido por generaciones. La fibra que se obtiene de
esta palmera se utiliza para elaborar hamacas y otros tejidos de uso diario. Es
una planta abundante en los bosques de la Amazonía peruana, pero llegó un
momento en que se puso en riesgo porque se cortaba completamente el árbol para
obtener la fibra.
En el 2007, un trabajo de protección de esta especie se puso
en marcha con las comunidades nativas ikitu, kichwa y maijuna, establecidas en
las áreas de conservación regional Maijuna Kichwa, Tamshiyacu Tahuayo, y Alto
Nanay Pintuyacu Chambira, en la región Loreto. La propuesta impulsada por la
ONG Naturaleza y Cultura Internacional (NCI) Perú incorporó técnicas de manejo
adaptativo para extraer sus hojas o cogollos de los árboles sin cortar toda la
palmera.
“Esta especie estaba en peligro porque las cortaban, pero
ahora hasta se han reforestado parcelas. La pérdida era intensa, pues cada
familia podía usar de 10 a 15 palmeras al mes. Y si hablamos de una comunidad
de diez familias, se perdían más de 100”, explica Alejandro Barrios,
coordinador de Bionegocios de NCI-Perú, quien explica que estas comunidades han
recuperado hasta un 90% de la cantidad de palmeras perdidas.
Barrios precisa que artesanos de estos pueblos indígenas
elaboraban fibras para hamacas y abanicos que vendían a precios bajos en los
mercados locales, por eso, se buscó cambiar su producción con objetos que
pudiesen ser comercializados a mayor costo.
Así se diseñaron cestos para exportación, con diseños creados
por artesanas indígenas –la mayoría que se dedica a esta actividad son mujeres–
y técnicas de teñido natural de la fibra de chambira. Para concretar las ventas
al exterior se organizó la cooperativa Esperanza del Bosque.
Los cestos se siguen elaborando, pero adicionalmente se están
integrando otros productos –bolsos de playa, posa vasos– para diversificar la
producción de objetos elaborados con esta fibra. Incluso, ahora, con el bagazo
se elaboran aves representativas de la zona.
En estas comunidades la chambira se ha convertido en una
forma adicional de incrementar los ingresos de las familias que basan su
economía en la producción de yuca y la pesca. “Con los ingresos de la chambira
algunas familias pagan los estudios de sus hijos o compran los víveres para el
hogar”, comenta Barrios.
Colombia: drones para conocer el territorio
Cuando los drones llegaron a la comunidad inga Las Brisas de
San José de Fragua, en Caquetá, se convirtieron en una valiosa herramienta para
que los pobladores pudieran tener otra mirada de su territorio. La propuesta
era comparar la información recogida con estos aparatos con imágenes
satelitales que ya se tenían del mismo espacio, para, de esta forma, organizar
un panorama completo de cómo se encontraban sus tierras.
“Se hizo un trabajo de cartografía impresa para ver dónde
pueden cultivar cada uno de sus productos, conocer la vocación del uso del
suelo y hacer seguimiento a sus cultivos”, explica Linda García, investigadora de
Amazon Conservation Team, una organización que trabaja en Colombia para apoyar
a los pueblos indígenas en el manejo de su territorio.
García explica que en esta comunidad de Caquetá viven unas 11
familias, que representan aproximadamente 50 personas, que no contaba con
información actualizada sobre sus tierras. “El ejercicio fue interesante porque
además de usar el dron han tenido que recorrer nuevamente todo su territorio y
saber dónde están identificadas las amenazas, así como definir sus linderos”, cuenta
la experta. “Este ejercicio les permitió saber en qué condiciones están sus
tierras”.
Pero esta no ha sido la única experiencia con el uso de
drones para un mejor conocimiento del territorio indígena. En la comunidad
Kankuamo, en el municipio de Valledupar, se realizó una actividad similar.
En este caso se trata de una comunidad con 60 000 habitantes
y un territorio de por lo menos 25 000 hectáreas. “Los kankuamo parcelan sus
tierras y las distribuyen entre las familias. Este sistema les permite realizar
ese trabajo con mayor precisión”, dice García.
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