Diario La
El reciente 'brownface' de la surfista Vania Torres encendió una vez más la discusión sobre el racismo en nuestro país, una oportunidad para reflexionar acerca de lo que aprendimos frente a la pantalla.
Era el inicio de la década de
1970. En televisión nacional se presentaba el comediante Guillermo Rossini
interpretando a Eduviges, una mujer indígena cuyos atributos eran
caricaturizados para convertirla en objeto de burla. En aquellos años, aún
lejanos de conocer la vigilancia de las redes sociales, los colectivos o grupos
que pudieron alzar su voz contra el racismo, el sexismo y, en definitiva, la
discriminación que tanto se hizo parte de nuestra cultura popular, todavía no
contaban con plataformas digitales para comunicarse. Hoy, cinco décadas más
tarde, y pese a que esos canales ya existen, aún falta mucho por hacer.
Agosto de 2020. La surfista Vania
Torres, mediante su Instagram, realiza un ‘brownface’ para promocionar un
producto cosmético. En otras palabras, se pintó la piel para oscurecerla y
luego limpiar la “suciedad” gracias a los insumos de la empresa Bioderma. Y
aunque su intención no fue humorística, la imagen era inevitablemente análoga a
personajes como Eduviges. La respuesta fue inmediata: en menos de cuatro días,
Indecopi anunció que investigaría el acto y el Ministerio de Cultura emitió un
comunicado rechazando la publicación de la deportista. También, cómo no, se
sumaron cientos de comentarios en redes sociales denunciando la publicidad.
Desde luego, posiciones críticas que dan cuenta de una mayor consciencia
respecto a la discriminación racial, pero a la vez acciones que dejan una duda
en el aire: ¿cómo es que, tras tantos años de incesante agresividad contra
grupos vulnerables, esto continúe ocurriendo en nuestro país?
Alguien o algo nos enseñó que era
gracioso, o por lo menos aceptable, que una persona transforme una identidad
ajena en un disfraz, para modificarla a su gusto y darle forma de
escenificación teatral. Desde Eduviges hasta La Paisana Jacinta de Jorge
Benavides, el humor parece perfilarse como un mecanismo de reproducción de
aquello que se encuentra en lo más profundo de nuestro inconsciente, eso que
nos avergüenza y, sin embargo, nos caracteriza. Es como si hubiera una
peligrosa relación entre humor y racismo que, al fin y al cabo, solo sería el
reflejo de una de tantas grietas que nos fragmentan como sociedad.
Una válvula de escape
“El humor siempre ha sido una
válvula de escape para decir de una forma lo que no se puede decir de otra.
Sobre todo de lo que no se puede decir públicamente. En una sociedad que, mal
que bien, es democrática o tiene un discurso democrático, uno no puede decir abiertamente
soy machista o soy racista. Eso es interesante porque la sociedad sí puede ser
ambas cosas, pero no las puede decir. Eso quiere decir que hay una
contradicción. Entonces, el individuo es socializado, desde muy pequeño, en
contenidos racistas y machistas, pero los tiene allí, bullendo”, explica el
antropólogo Alex Huerta-Mercado.
En efecto, muchas veces olvidamos
que las representaciones de nuestra cultura popular también dicen algo de
nosotros mismos. Por desgracia, en el Perú no solo se han normalizado las
prácticas racistas sino que, además, cada vez es más frecuente que olvidemos
nuestra propia mirada al momento de criticar la perspectiva del otro. Que se
haya reavivado el debate en torno al racismo en el país es una oportunidad para
preguntarnos quiénes somos, qué hemos aprendido y si acaso eso que se propone
como gracioso desde los medios nos han formado como transmisores de mensajes
discriminatorios.
Para la periodista y activista
afrofeminista Sofía Carrillo, hace falta en ese sentido un profundo trabajo de
autocrítica. “Tenemos que reconocer primero que el racismo existe. Este proceso
no lo hemos hecho de manera colectiva, y eso fue probado con la encuesta que
realizó el Ministerio de Cultura en 2017. El 8% de encuestados se reconoció racista,
pero cuando se le preguntó a las personas si el Perú es un país racista, el
porcentaje sube a más de 50%. Es decir, no nos queremos hacer cargo de nuestro
racismo″, reflexiona.
¿Qué nos hace gracia? Por lo
general, hay un elemento trasgresor en la risa. Algo inesperado, sorpresivo,
que hace remecer nuestras expectativas. Sin embargo, en este caso hay también
una pista hacia la suspensión de la ley, la posibilidad de hacer aflorar esos
comportamientos que, muchas veces para mal, aprendimos en esa misma sociedad
que intenta erradicarlos. Acaso el fracaso de un modelo de autoridad que se ha
dedicado a prohibir, mas no a prevenir.
“Si tú pasas revista por lo que
hace reír a los peruanos, usualmente tiene que ver con tres cosas: racismo, que
es una cosa prohibida; sexualidad, que es un tema tabú en un país tan católico;
y agresión, en un país donde el monopolio de la violencia lo tiene el Estado.
Son tres cosas que vienen de un orden colonial muy fuerte”, apunta
Huerta-Mercado.
Imágenes que vienen de fuera pero
también desde dentro. Así se ha construido un aprendizaje que, día a día,
somete a poblaciones vulnerables —indígenas, mujeres, afroperuanos, comunidad
LGTB— a la discriminación y la burla sistemáticas. Mientras tanto, la comedia
que refuerza estereotipos mantiene al aire la función, como si no pasara nada.
Cómo no recordar, al respecto, que el mismo año de la encuesta del Mincul,
2017, se estrenó la película de La Paisana Jacinta. Y muchos continuaron
riendo.
“Da risa porque en nuestro
inconsciente está el racismo. Podemos creer sinceramente que somos
antiracistas, pero en nuestro inconsciente se encuentran reprimidos esos
patrones de construcción de nuestra relación con los demás, que encuentra la
posibilidad de liberarse a través del chiste, a través del humor. Por eso, no
se trata simplemente de reprimir tal cosa u otra, sino de que cambie la cabeza
de la gente”, señala el sociólogo e historiador Nelson Manrique.
¿Quién se ríe de quién?
Hablar de burla es también entrar
en las redes de las relaciones de poder. Para el escritor y periodista Marco
Avilés, es importante identificar en dichas dinámicas la verticalidad, la
situación de opresión en que se encuentran ciertas comunidades. La historia del
‘blackface', finalmente, no es otra cosa que un correlato de la nefasta etapa
de esclavitud en los Estados Unidos.
“Es importante considerar quién
se ríe de quién, a quién le parece gracioso, y quién representa a quién. Cuando
hablamos de ‘blackface', hablamos de una persona blanca pintándose el rostro de
negro para representar a personas esclavizadas, ese es su origen. Entonces, el
blanco se disfraza de negro, para hacer reír. ¿A quién? A otras personas
blancas. Por eso es importante identificar quién se disfraza de quién”,
manifiesta.
Históricamente, hay quienes se
han sentido con la libertad de crear un disfraz a partir de la identidad de
otro. Una praxis que, a la luz de los hechos, aún aparenta estar arraigada con
solidez en nuestra cultura. Detrás de ello se esconden, además de una empatía
imposible, las carencias de sociedades profundamente desiguales. ¿Por qué en el
Perú algunos dan rienda suelta a estos abusos? Carrillo ensaya una respuesta.
“Porque no nos miran como
iguales. También porque los propios pueblos racializados han aprendido a
sobrevivir en esas circunstancias. Por eso vas a encontrar, incluso, personas
afrodescendientes o indígenas defendiendo a los agresores racistas. Porque
hemos recibido durante toda nuestra vida un mensaje orientado a ser
condescendientes con los otros, con quienes nos han impuesto su manera de
vernos, de ver el mundo y de representarnos”, sostiene la comunicadora.
Reflexiones de esta naturaleza
nos invitan a replantear, una vez más, las responsabilidades de un Estado para
el que, fácticamente, no todos somos iguales. “Es imposible la democracia allí
donde hay racismo. El racismo supone la convicción de que hay personas de
distinta categoría y, por tanto, hay inferiores y superiores. Cuando Alan
García decía que los nativos no eran ciudadanos de primera categoría, detrás de
ese argumento está la idea de que hay humanos de primera categoría y otros que
no lo son. Si se cree eso, es imposible pensar en un piso común de igualdad”,
advierte Manrique.
Hacia dónde remar para
re-aprender
Frente a un panorama tan duro, la
labor parece inabarcable. ¿Cómo desaprender y reeducarnos luego de tantos años
y de tantos personajes —Eduviges, Jacinta, ‘Órsola’, la ‘Pánfila’, el ‘Negro
Mama’, la ‘Chola’ Chabuca, ¿por mencionar a las más populares— que nos
invitaron a reír mientras perpetraban imaginarios sumamente perjudiciales para
millones de peruanos? Desde luego, imponer sanciones es un mecanismo útil, pero
todo indica que termina siendo como poner una venda minúscula sobre una grieta
gigante.
“Estamos hablando de algo que
comienza en la casa y prosigue en el día a día y en la escuela. No es una cosa
que sea solo del Estado. Se trata de la educación. Yo creo que es algo que
debemos hacer de manera multisectorial. De todos modos, hay que recordar que
somos una sociedad que ha pasado por la violencia que ha provocado que muchas
casas de clase media estén totalmente amurallada, ha pasado por procesos de
corrupción bastante agresiva en situaciones difíciles. La agresividad está a
flor de piel. Entonces, somos una sociedad que debe reconciliarse consigo
misma”, señala Huerta-Mercado.
Con ello, hace falta una enorme
tarea que condicione los cimientos de nuestra inserción en la sociedad.
Definitivamente, la escuela, pero también la familia, los medios de
comunicación, el entorno más próximo en la niñez. En ese marco, probablemente
sea muy poco lo que se esté logrando, a pesar de las facilidades que ofrecen
las nuevas tecnologías.
“Hay instituciones que están
llamadas a hacer más, pero terminan no haciendo nada, como sacar comunicados.
Pienso en el Ministerio de Cultura, de Educación, las mismas empresas, que
sacan un comunicado y ahí termina. Ahí te das cuenta de lo limitadas que son
las redes sociales. Todo termina en comunicados y con eso no se resuelve este
problema. Estamos hablando de un problema que arranca con el traslado masivo
desde África con la colonización. Hay que estar alertas de que la familia, la
televisión, los medios, todas estas plataformas nos van educando en el
racismo”, indica Avilés.
Por su parte, para Sofía
Carrillo, afrontar esta problemática requiere también voluntad política. “Los
grupos que detentan el poder no necesariamente están comprometidos en promover
cambios mucho más profundos, que signifiquen la eliminación de brechas
socioeconómicas, en el acceso a los servicios de salud o educación. Creo que
son muchos los factores”, concluye.
¿Dónde denunciar el racismo en
Perú?
El portal Alerta Racismo del
Ministerio de Cultura mencionó que es importante denunciar este tipo de
actividades, ya que refuerzan los imaginarios colectivos que se tiene acerca de
las mujeres indígenas. Esto nace también a partir de una construcción previa
acerca del origen andino y este tipo de publicaciones refuerzan los
estereotipos en contra de los grupos étnicos.
En Perú, “los actos de
discriminación son un delito sancionado por el Código Penal y, cuando ocurren
por Internet o un medio análogo, es decir, una red social, constituyen un
agravante”. Si quieres denunciar algún acto, puedes hacerlo en el siguiente
link: https://alertacontraelracismo.pe/reporta
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