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Apenas dos palabras de una alumna llevaron al profesor Eduardo Infante a cambiar radicalmente cómo enseñaba filosofía.
"Su respuesta me destrozó,
no supe qué decirle", le relató a BBC Mundo Infante, quien enseña
actualmente filosofía en un instituto en Asturias, España.
El docente español revolucionó
sus clases, en las que Twitter se vuelve una versión moderna de los mercados
públicos de Atenas en los que debatía Sócrates.
Infante plantea en Twitter sus
llamados #filoretos, retos filosóficos para la vida cotidiana abiertos no solo
a sus alumnos sino a todo el mundo.
BBC Mundo habló con el profesor
sobre su nuevo libro, "Filosofía en la calle", y de por qué es
crucial recuperar en estos tiempos de pandemia el ejercicio de la filosofía.
Esta entrevista es parte de la
edición digitaldel Hay Festival Medellín, que se realiza de manera virtual
entre el 25 y el 27 de enero.
En tu libro relatas que las
palabras de una alumna te afectaron profundamente. ¿Qué sucedió?
Fue hace unos 20 años, en mi
primer año dando clase de filosofía. Acababa de llegar de Perú, donde había
estado un año como voluntario en una ONG, y había comenzado a dar clase en un
instituto de Sevilla.
Les estaba explicando la
metafísica de Aristóteles a un grupo de alumnos de segundo de bachillerato, el
año anterior a entrar a la universidad.
Ellos se portaban muy bien, y yo
era uno de esos profesores que confundían el respeto con el interés.
Iban anotando todo lo que yo iba
explicando en su libreta. Pero había una chica sentada al fondo de la clase,
con nada sobre la mesa y su libro guardado en la mochila, que se distraía
mirando por la ventana.
Yo seguía dando clase intentando
no darle importancia, pero me fui poniendo cada vez más nervioso.
Así que dejé la tiza en la mesa,
me acerqué hacia ella, y le pregunté con esa ironía que nos gastamos a veces
los profesores y que solo nos hace gracia a nosotros, que qué era eso tan
importante que había al otro lado de la ventana y que si sería más interesante
que el examen que teníamos la semana que viene.
Entonces fue cuando la chica me
respondió con esas dos palabras que me cayeron encima como una bomba de napalm
que lo arrasa todo a su paso.
Mi alumna me respondió: "La
vida". Y a mí eso me destrozó, no supe que decirle.
¿Qué sentiste en ese momento?
Sentí que sin darme cuenta había
convertido mi aula en una caverna.
Estaba tan obsesionado por
impartir el programa oficial y prepararlos para la prueba de acceso a la
universidad, que había olvidado en qué consistía la filosofía.
Yo me enamoré de la filosofía
precisamente con la edad de esa chica, curiosamente cuando mi tutor en el
instituto me castigó.
Había pintado "la justicia
es una gran mentira" sobre la pared del baño con espray negro, y mi tutor
me puso como castigo leer la "Apología de Sócrates" —una obra de
Platón que da una versión del discurso que Sócrates pronunció como defensa,
ante los tribunales atenienses, en el juicio en el que se le acusó de corromper
a la juventud y no creer en los dioses de la polis—, y me alucinó.
La figura de Sócrates y la
historia de su juicio y de su muerte me marcaron, y esas dos palabras que dijo
mi alumna me hicieron volver hacia atrás y darme cuenta de que había hecho algo
tremendo, que era desconectar la filosofía de la vida.
Porque Sócrates avisaba una y
otra vez que filosofar es examinar la vida, cuestionarla, interrogarla,
precisamente para poderla vivir humana y cabalmente.
Entonces, el hecho de que la vida quedase al otro lado de mi aula a mí me mató.
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"Hoy en día nuestra sociedad
está profundamente infantilizada". |
¿Qué hiciste entonces?
Terminé la clase como pude y
estuve todo el día pensando en las dos palabras que me había dicho mi alumna.
Al día siguiente volví a aparecer
en clase, y lo que hice fue borrar la pizarra, cerrar los libros e invitar a
mis alumnos a salir a la calle.
Fuimos a un pequeño parque que había
al lado del instituto, haciendo filosofía a lo aristotélico, dando paseos.
Nos sentamos debajo de un árbol,
y ese día la clase me la dieron ellos a mí, porque por primera vez era yo el
que cerraba la boca, el que escuchaba.
Simplemente les pregunté cuáles eran los problemas que a ellos les inquietaban, y fui tomando nota en mi libreta de lo que me fueron diciendo.
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El nuevo libro de Infante trata
muchos de los temas que debate con sus alumnos. |
¿Qué temas preocupaban a tus alumnos?
Los temas son los capítulos que
salen en el libro: cómo afrontar una ruptura sentimental, cómo superar la
muerte de un ser querido, la muerte, el sentido de la vida, la agresividad y la
violencia, el aborto, el tema de Dios, de la justicia..
Lo que hice fue "darle la
vuelta a la tortilla", dejar que la vida inundase mi aula, y traer a los
grandes filósofos de la historia.
Yo les decía a los chicos:
"Esas preguntas que vosotros hacéis y que todos nos hacemos son preguntas
que han abordado hombres y mujeres a lo largo de la historia. Quizás sus
respuestas puedan dar algo de luz, o quizás no, pero en el fondo os toca a
vosotros elegir".
La filosofía es más un amor a la
pregunta que un amor a la respuesta. La filosofía no es dogma, en la filosofía
no hay púlpitos.
Antes de pasar a algunos de los
problemas que debates con tus alumnos, háblanos de la figura de Sócrates.
Yo creo que Sócrates
fundamentalmente era un ciudadano, quizás como dice Platón el más justo y bueno
de todos los ciudadanos de Atenas.
Estamos faltos de modelos de
ciudadanía, por eso quiero recuperar la figura de Sócrates en nuestro mundo.
Necesitamos entender que ser
ciudadano no es votar cada cuatro años, o delegar nuestras responsabilidades
políticas en unos profesionales.
¿Qué es ser ciudadano?
Ser ciudadano es preocuparse del
bien común y participar en su construcción.
Hay que encontrar cuál es y separarlo de los intereses de la mayoría, que es algo diferente.
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"Y me pregunté, ¿por qué no
le doy la vuelta a la tortilla y les meto la clase de filosofía en su mundo, en
sus pantallas?" |
Hay dos formas de entender la filosofía, creo yo.
Tenemos el modelo de Descartes
—contra quien no tengo nada—, que no me gusta mucho. Se encierra en una
habitación separado del mundo: "Yo no necesito a nadie, solo voy a
encontrar la verdad".
Y luego está la postura
socrática, que me parece más acertada: "Necesito a los demás para
encontrar qué es lo justo, qué es lo bueno, qué es el bien común".
Y ser ciudadano exige
efectivamente desarrollar una serie de capacidades que no son naturales. Nadie
nace con la capacidad de debatir, de dialogar, de consensuar, de discernir y de
juzgar. Es algo que se aprende y que se necesita practicar.
En la antigua Atenas los
gimnasios eran los lugares de crecimiento y de formación, donde los ciudadanos
se reunían para cultivar su cuerpo, porque era muy importante estar sano, pero
también para ejercitar el espíritu mediante la práctica de la filosofía.
La filosofía era eso: debatir,
dialogar, enfrentar los argumentos y tu posición a los demás.
Era pedir a los demás razones de
por qué pensaban como pensaban, dejar que los demás nos preguntasen por qué
pensábamos como pensábamos.
Es algo muy importante a
recuperar, porque es un ejercicio de empatía.
Más ahora con sociedades tan
divididas…
Por eso hablo de la importancia
de recuperar la practica filosófica en la cotidianeidad.
Cuando entras en el diálogo
filosófico, lo haces queriendo entender cuáles son las razones que esgrime la
persona que opina de manera diferente, entendiendo que la persona que opina de
manera diferente a mí es mi colaborador.
La sociedad hoy en día está
polarizada y enfrentada, y entendemos que una persona que opina de manera
diferente a mí es mi enemigo al que hay que combatir.
Y encima nuestra sociedad está
profundamente infantilizada, y utilizamos una lógica que me parece perversa y
que se nota mucho sobre todo en las redes sociales.
En ellas nos movemos con un
principio lógico absurdo: que algo es bueno o justo simplemente porque me
gusta, y algo es malo o perverso porque me ofende.
Esto es dejar que las emociones,
las más básicas además, ocupen el lugar que tienen que ocupar las ideas,
renunciar al juicio ético, racional.
Explícanos más a qué te refieres
al decir que la sociedad actual está infantilizada.
El adulto se comporta cada vez
más de manera totalmente impulsiva.
Vivimos en una sociedad en la que
nos hemos acostumbrado e incluso nos parece bueno satisfacer el deseo cuanto
antes mejor.
Lo que nos vende realmente Amazon
es tener lo que deseamos ya. Es una actitud totalmente infantil.
Decía Aristóteles que lo que nos
hace humanos, lo que nos dignifica, es la capacidad de reflexión.
Es decir, la capacidad que tenemos a diferencia del animal de parar el impulso, de pararnos a pensar y hacernos una pregunta: ¿esto que quiero hacer es lo mejor que puedo hacer?
Volviendo a tus clases, ¿podrías
darnos un ejemplo de cómo debates con tus alumnos?
En el primer capítulo del libro
lo que planteo es el valor moral de la mentira.
En un principio, si a cualquiera
le preguntaras si está bien mentir, rápidamente diría que no.
Pero te pongo un caso que nos podría
pasar a cualquiera de nosotros: imagínate que en verano vas de vacaciones a tu
pueblo, una noche el alcohol te corre por las venas y te terminas liando con
una persona a la que no vuelves a ver el resto de tu vida.
Al día siguiente por la mañana
recibes un mensaje de tu pareja y surge una pregunta: ¿qué es lo correcto, lo
justo, confesar o callar?
Ahí planteo dos alternativas. Y
en ese momento Kant toma la palabra.
Kant sueña con una utopía moral,
con el mejor de los mundos posibles, y dice que en ese mundo no cabe la mentira
bajo ningún concepto.
Parece que nos tiene convencidos
cuando aparece Jeremy Bentham y nos dice que nuestro deber es justo el
contrario, que la máxima moral que debería seguir nuestra conducta es algo tan
simple como no hacer daño.
Y si evalúas las consecuencias de
tu acción, te das cuenta que confesando lo único que vas a hacer es causar daño
a todo el mundo.
¿Qué es lo correcto, confesar y decir que te liaste con otra persona una noche, o callar para no hacer daño a tu pareja?
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"¿Qué es lo correcto,
confesar y decir que te liaste con otra persona una noche, o callar para no
hacer daño a tu pareja?" |
Y la idea es siempre un amor a la
pregunta, no hay resolución.
No hay resolución, ahí esta la
clave.
Cuando ya han visto la respuesta
de Kant, les planteo el famoso contraejemplo del asesino en la puerta.
Imagínate que estás en tu casa, tocan
la puerta y es un amigo tuyo que dice que por favor que lo ocultes porque hay
un asesino que lo está persiguiendo.
Vuelven a llamar a la puerta, y
en este caso es el asesino que nos pregunta: "¿Está ahí la persona a la
que quiero matar?".
Si seguimos a rajatabla el
criterio de Kant, lo que tenemos que hacer es no mentir.
Pero el sentido común parece que
nos dice que el imperativo categórico de Kant es una auténtica atrocidad.
En el caso de Jeremy Bentham
también pongo otro contraejemplo.
Cuando intento convencer al
lector que ya está claro, que tenemos que intentar hacer el menor daño posible,
le planteo el famoso dilema del tranvía desbocado, de la filósofa
norteamericana Philipa Foot, aunque también existe otra versión de la también
filósofa Judith Jarvis Thompson.
¿En qué consiste el dilema?
Un tranvía desbocado va a chocar
contra cinco trabajadores que están en una vía.
Lo único que puedes hacer es
tirar de una palanca para que vaya a la vía de al lado, en la que hay un solo
trabajador.
La mayoría de la gente piensa que
debemos evitar el mayor mal posible, que es preferible que muera uno a que
mueran cinco, y la mayoría elige tirar de la palanca.
Pero Judith Jarvis Thompson va
mas allá y nos dice: "Imagínate ahora que el tranvía está desbocado, va a
impactar contra cinco trabajadores y tú te encuentras en lo alto de un paso a
desnivel y al lado tuyo hay un señor corpulento. La única manera de detener el
tren es empujar al señor para que detenga el tren".
Si seguimos el criterio anterior,
salvar el mayor número de vidas posibles, lo que tendríamos que hacer sería
empujar al señor corpulento.
Y ahí los alumnos te dicen:
"Pero no es lo mismo empujar que tirar de una palanca".
"Vale", les digo.
"Si tienes ese escrúpulo moral, no te preocupes".
"El señor corpulento va a
estar al lado de una trampilla junto a una palanca, y lo que tienes que hacer
es tirar de ella, para que se abra la trampilla y el señor caiga. ¿Qué es lo
correcto?".
A través de estas historias trato
de demostrar que entender qué es lo bueno, lo justo, hacer el bien, es
complicado.
Es difícil y exige una continua
reflexión, un continuo diálogo en el que necesitamos de la ayuda de los demás.
¿Es una habilidad que se cultiva?
Sin duda, por eso me gustaría que
recuperásemos esa habilidad, ese ejercicio.
Yo digo que la filosofía es el ejercicio del ciudadano,e igual que hay que hacer ejercicio para mantener la salud del cuerpo, tenemos que hacer continuas prácticas para mantener la salud del alma.
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Si no hay respiradores para todos
los pacientes, ¿quién merece más uno? ¿El hombre de 35 años sano con mayor
expectativa de vida, o el señor de 85 que pagó impuestos toda su vida para
construir el hospital? |
Los problemas que te he planteado
nos pueden parecer muy raros.
Pueden decirme, "yo nunca
voy a estar en un tranvía", pero circuló hace meses un video que es lo
mismo que lo que te acabo de plantear.
En un momento en el que las
Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) estaban a rebosar, el jefe del equipo
médico de un hospital de Madrid les decía literalmente a sus doctores: "No
tenemos respiradores para todos los pacientes. Hay que decidir quién vive y
quién muere".
El criterio que proponía, y yo
estoy totalmente en contra, era la esperanza de vida: salvaremos a aquellos que
tengan mayor esperanza de vida.
Es, por cierto, lo que se ha
hecho en España literalmente: dejar morir a los mayores. Si entra un señor con
85 y un señor con 35 y sano, le pondré el respirador al de 35.
Pero la vida humana tiene valor.
La vida humana, lo decía Kant, es precisamente aquello que es digno.
Es decir, lo digno es aquello a
lo que no se puede poner ningún tipo de precio.
Y yo podría decir: "¿Quién
ha aportado más a la sociedad? ¿Quién ha estado más años de su vida aportando
impuestos para pagar este hospital, el de 35 o el de 85? ¿Quién se merece ese
respirador?".
Por eso se me ocurrió dejar los
capítulos abiertos, para seguir debatiendo, sin dar UNA respuesta. Se dan
respuestas.
Al final pongo un código QR para
que el lector pase el celular por la página y vaya directamente a un hilo de
Twitter en el que puede dialogar con otros y también conmigo.
Decías que otro tema que inquieta
a tus alumnos es el de la pérdida de un ser querido. ¿Cómo puede ayudar en este
caso la filosofía?
En el libro cuento una historia
bonita que me pasó.
Estaba dando clase ya en
Asturias, en un colegio, y tenía un alumno al que quería mucho.
Su madre estaba en el hospital
enferma de cáncer, y el padre me llamó para decir que ya se estaba muriendo y
que avisase al chico para que saliera de clase, y que intentase
tranquilizárselo hasta que llegase a recogerlo con el coche.
Fue un shock para mí.
Lo que hice fue subir a mi
despacho y sacar un viejo libro de un filósofo estoico que nos enseña
precisamente a soportar el dolor, porque también supo lo que es sufrir.
Cogí el "Manual de
Epicteto", llevé a mi alumno a mi despacho y le dije que su madre se
estaba muriendo, que tenía que ir a despedirse de ella.
Le entregué el libro, le dije que
a mí me ayudó mucho cuando tuve que enfrentar la muerte de mi padre y que,
bueno, lo quería mucho.
Años después este chico volvió,
ya hecho un hombre, a devolverme el libro y me pidió disculpas porque estaba
lleno de anotaciones y subrayados.
"Me encanta, pues cada vez
que lo lea a partir de ahora es como leerlo contigo", le contesté.
Le pregunté si le había ayudado,
y me dijo: "No solo me ayudó, sino que me ha convertido en el médico que
soy hoy". Es oncólogo.
En el caso de la muerte de un ser
querido, ¿cuáles son los argumentos que debates con tus alumnos?
Hay varios ejercicios que
practicaban los estoicos.
Lo primero es prepararse.
Nuestros seres queridos son seres vivos, vulnerables y por tanto contingentes.
Así que la muerte está presente, aquello que se nos ha dado se nos ha dado
durante un tiempo.
Los estoicos reflexionaban mucho
acerca de la realidad, y ahí está el problema. Nosotros vivimos, como decía
antes, en un mundo que está infantilizado, en que nos gustaría tener unos
deseos ficticios, y enfrentar nuestro deseo a la realidad nos puede ayudar a no
sufrir.
La segunda idea de Epicteto es
que podemos gobernar nuestros pensamientos y ver las cosas de diferentes puntos
de vista.
Puedo pensar que la vida me ha
arrebatado a mi padre, pero también que la vida me ha dado 20 años, que son
muchos años, junto a él. Se trata de cambiar la perspectiva.
También Epicteto habla de ser
realista, de entender la verdad de las cosas.
Cuando mi padre murió, a mi
hermano menor, como era pequeño, para no enfrentarlo a la muerte lo apartaron.
"Que no lo vea".
Y eso es lo que estamos haciendo
hoy, apartar la muerte de nuestras vidas. La gente muere sola, muere apartada,
no sabemos qué es eso de morir.
Esto es algo que también forma parte de la infantilización de nuestra sociedad.
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¿Cómo surgió la idea de lanzar a tus alumnos "filorretos" o retos de filosofía en
twitter?
Andaba un día paseando por la
calle con mi compañero de física, porque en nuestro instituto no tenemos patio,
y los alumnos estaban en pequeños grupos con sus celulares.
Mi compañero me dijo: "Esta
generación es una generación de niños autistas, que están ahí en el momento del
recreo y no dialogan, no interactúan".
"Yo creo que te
equivocas", le contesté. "Creo que sí que se están comunicando, pero
lo hacen a través de una pantalla".
¿Por qué no le doy la vuelta a la
tortilla y les meto la clase de filosofía en su mundo, en sus pantallas?, me
pregunté entonces.
Me pareció muy interesante
Twitter porque la filosofía usa mucho el aforismo y esa red social te obliga a
condensar un pensamiento en pocos caracteres.
Empecé así, y se fue metiendo
gente que no conocía y me preguntaba si podía participar. Claro, todos podemos
aprender de todos, les contestaba.
La cosa fue creciendo y
creciendo, y ahora mismo es todo un éxito.
Para terminar, una invitación a
los lectores para incorporar la filosofía en sus vidas, para ejercitar esas
herramientas.
En el Día Mundial de la Filosofía
escribí un artículo en el que decía que lo que estamos viviendo con la pandemia
es un momento de crisis.
La palabra crisis viene del
griego y significa ruptura: se rompe un viejo mundo, y parece que comienza uno
nuevo.
Lo se está produciendo es que
nuestras certezas están metamorfoseándose en preguntas. Nos preguntamos cosas
como "¿cuándo volveré a ver a mis seres queridos?".
A veces nos llamaban a los
filósofos y se nos preguntaba por certezas, pero decía: "Yo estoy igual
que tú de acojonado, no soy un ser especial".
Pero la filosofía sí que nos
puede enseñar a vivir con la incertidumbre como compañera de viaje. El filósofo
entiende que la duda forma parte de la existencia humana. Era una ilusión la
certeza.
Yo a veces les digo a mis
alumnos: "Chicos, esto no lo sé". Y eso, lo decía Sócrates, es una
respuesta intelectualmente muy honesta. Tenemos que aceptar nuestra
vulnerabilidad.
Cuando decías que la filosofía
nos puede ayudar a vivir con la duda, ¿cómo puede hacerlo?
Podemos empezar entendiendo que
los problemas complejos exigen soluciones complejas, evitar caer precisamente
en las soluciones simples.
Es preferible decir un no lo sé a
decir por ejemplos "cinco cómodos pasos para…". No hay cinco cómodos
pasos, no existe, si no todos seríamos felices.
Tenemos problemas políticos muy complejos que exigen soluciones complejas, y la filosofía precisamente a través de la pregunta cuestiona el populismo y las soluciones fáciles.
Fuente: BBC Mundo
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