Hay dos crisis que afectan al
mundo natural. La primera es el cambio climático. Sus causas y consecuencias
potencialmente catastróficas son bien conocidas. La segunda crisis ha recibido
mucha menos atención y es menos conocida, pero sigue requiriendo la atención
urgente de los gobernantes mundiales. Se trata del colapso de la biodiversidad,
la suma de todas las cosas que viven en el planeta.
A medida que las especies
desaparecen y las complejas relaciones entre los seres vivos y los sistemas se
desgastan y rompen, el creciente daño a la biodiversidad del mundo presenta
graves riesgos para las sociedades humanas.
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La extinción de plantas y
animales se está acelerando, se estima que va mil veces más rápido que los
índices naturales anteriores a la aparición de los humanos. Los insectos en
nuestros parabrisas ya no son usuales en el verano; las poblaciones de insectos
disminuyen de manera drástica. Casi 3000 millones de aves se han perdido en
Norteamérica desde 1970, lo cual ha disminuido la polinización de los cultivos
alimentarios. En la India, miles de personas mueren a causa de la rabia porque
la población de buitres que se alimentan de la basura se está reduciendo, lo
que ha provocado un aumento enorme de los perros silvestres que se comen estos
restos de comida en ausencia de las aves.
La semana pasada, los
funcionarios estadounidenses encargados de la vida silvestre a nivel federal,
como para subrayar el punto, recomendaron que se declararan extintos 22
animales y una planta. Incluyeron 11 aves, ocho mejillones de agua dulce, dos
peces y un murciélago.
Se trata de un futuro en el que
las enfermedades zoonóticas se vuelven cada vez más comunes y la seguridad
alimentaria mundial está en peligro.
El cambio climático y la pérdida
de biodiversidad están unidos en un ciclo de destrucción y deben ser tratados
en conjunto. La desaparición de los arrecifes de coral del mundo es un ejemplo.
Los científicos predicen que entre el 70 y el 90 por ciento de los arrecifes de
coral desaparecerán en los próximos 20 años debido al aumento de la temperatura
del mar, la acidez del agua y la contaminación. Esto pondrá en peligro a 4000
especies de peces y aproximadamente 500 millones de personas en todo el mundo
que dependen de los ecosistemas de los arrecifes de coral para su alimentación,
protección de las costas y empleo. Tan solo los daños en la Gran Barrera de
Coral de Australia podrían costar 1000 millones de dólares al año en ingresos
derivados del turismo y 10.000 empleos.
El informe más reciente del Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático advierte que el margen
de maniobra para evitar los peores resultados climáticos se está reduciendo con
rapidez. Pero la crisis de la biodiversidad es aún más inmediata y al menos
igual de alarmante. Con el cambio climático, tenemos una estrategia factible,
aunque imperfecta, para evitar los peores resultados. El mundo tiene que llegar
a cero emisiones netas de gases de efecto invernadero para el año 2050, con la
reducción de las emisiones y la eliminación del carbono de la atmósfera.
Pero para la crisis de la
biodiversidad no existe un marco comparable. No hay soluciones tecnológicas
para recuperar las especies que se extinguen. Y no hay un sustituto rentable,
hecho por el hombre, para los sistemas naturales como los humedales, que
proporcionan protección contra las inundaciones, reponen las reservas de agua
subterránea y filtran el agua que fluye a través de ellos. Y lo que es peor,
algunas soluciones al cambio climático agravan la destrucción de la
biodiversidad. Por ejemplo, la presión para ampliar las infraestructuras de
energía renovable en tierras federales despejaría terrenos gestionados y, en
última instancia, destruiría hábitats. Abordar conjuntamente el clima y la
biodiversidad podría mejorar los resultados de ambos.
Este otoño, los líderes mundiales
tienen dos oportunidades para actuar sobre la biodiversidad antes de que sea
demasiado tarde en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático en Glasgow y en una conferencia virtual de la ONU sobre biodiversidad.
En primer lugar, los dirigentes
gubernamentales y empresariales deberían hacer un juramento similar al de
Hipócrates para proteger el medioambiente. Este compromiso debería abarcar las
decisiones de inversión, las prácticas empresariales y el gasto público, que
incluya los subsidios a la industria.
Los gobiernos miden ahora las
emisiones de dióxido de carbono y establecen objetivos y políticas para
reducirlas. Del mismo modo, los gobiernos deben desarrollar estrategias para
proteger la biosfera natural. Los que dañan la naturaleza deben ser
penalizados; los que la protegen deben ser recompensados.
La gama de herramientas incluye
estrategias que generan financiamiento para la restauración ecológica, como las
tarifas pagadas por los buques cisterna y las políticas que promueven sistemas
basados en el mercado para proteger los humedales y los bosques. Y así como el
Acuerdo de París exigió la divulgación de los riesgos climáticos, los líderes
de Glasgow deberían pedir que se obligue a las empresas a divulgar los impactos
de sus acciones sobre la biodiversidad.
En Estados Unidos deben
reformarse las subvenciones a las industrias agrícola, forestal y pesquera que
aceleran la destrucción de nuestro capital natural. Se ha calculado que el
valor de la naturaleza para los seres humanos es de más de 125 billones de
dólares. Entonces, es un sinsentido fomentar prácticas que pongan en peligro
nuestro suministro de alimentos a largo plazo.
Georgette Douwma/Getty Images |
Los gobiernos también deben crear
incentivos para impulsar el financiamiento del sector privado para proteger y
restaurar la naturaleza, ya que los recursos financieros que puede aportar el
sector privado superan con creces los del sector público.
La conferencia sobre el cambio
climático de Glasgow debería animar a todos los gobiernos a invertir en
soluciones al cambio climático basadas en la naturaleza. La conservación y
restauración de praderas, humedales y bosques como “depósitos de carbono” que
absorben el dióxido de carbono de la atmósfera podría proporcionar hasta un
tercio de las reducciones de emisiones necesarias para 2030.
Con demasiada frecuencia se
considera que los beneficios de la naturaleza son “gratuitos”. Este es un
camino peligroso. Es mucho menos costoso proteger y conservar la naturaleza que
restaurarla o sufrir las consecuencias de su destrucción.
La protección de la naturaleza
tiene claros argumentos económicos, sanitarios y climáticos. Pero igual de
importante es el argumento para preservar la naturaleza por su propio bien. Es
una fuente de muchas cosas buenas de la vida: belleza, inspiración, innovación
y curiosidad intelectual.
El mundo se encuentra en medio de
uno de los episodios de extinción más explosivos de la historia. Pero también
estamos experimentando una transformación cultural en la conciencia. He
observado un nuevo sentido de urgencia en torno a las cuestiones de conservación
de la naturaleza, un interés creciente en el campo de las finanzas verdes y
sostenibles, así como un sentido renovado de que el esfuerzo colectivo puede
marcar la diferencia. La combinación de estas fuerzas tiene el potencial de
impulsar al mundo.
Henry Paulson es fundador y
presidente del Instituto Paulson, que busca fomentar una relación de
cooperación entre Estados Unidos y China. Fue secretario del Tesoro de 2006 a
2009 durante la presidencia de George W. Bush. Antes de eso, fue presidente y director
ejecutivo de Goldman Sachs. También fue presidente del consejo de
administración de The Nature Conservancy.
Fuente: New York Times
https://www.nytimes.com/es/2021/10/07/espanol/opinion/extincion-especies-biodiversidad.html
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