En la selva peruana, un enorme asentamiento humano, habitado en parte por indígenas, no tiene acceso a recursos hídricos ni saneamiento adecuados, a pesar de estar cerca de una de las mayores reservas del mundo. El máximo tribunal del país tiene en sus manos la decisión de acabar con esta situación
A pocos días del fin del año
2021, mientras una parte del mundo celebraba con cohetes y confeti la llegada
del 2022, Tito Curitima, un curtido hombre amazónico de 54 años, volvía sus
ojos al entorno en el que vive y comentaba por enésima vez: “Ha vuelto a pasar
lo mismo”. Debido a las profusas lluvias, las calles y plazas del asentamiento
humano Iván Vásquez Valera, de la ciudad de Iquitos (capital del departamento
de Loreto), estaba sumergiéndose en el agua.
La crecida amenazaba con
extenderse, por lo que se colocaron unos costales blancos llenos de arena a la
vera de una acequia de aguas residuales que corre por una calle llamada
cruelmente Buenos Aires. Cerca, en una esquina, esta vertiente fétida se junta
con dos desagues a cielo abierto: uno viene de un hospital de Essalud (el
sistema de salud del Seguro Social), que está allí como una triste
contradicción sanitaria, y el otro de un matadero cercano. “Ha aumentado la
pestilencia”, agregaba Curitima, mientras recordaba que en el año 2010, otra
intensa temporada de lluvias se llevó algunos enseres de su casa.
El fallo que hace agua
Esta comarca, ubicada en la
región donde está la mayor reserva hídrica del país (más del 90 % del agua
disponible en el Perú está en la Amazonía, donde solo vive poco más del 30% la
población), no tiene agua potable ni alcantarillado. En el asentamiento Iván
Vásquez Valera, y en el vecino llamado 21 de Septiembre, habitan cerca de 2.500
familias y casi el 50% de la población es indígena; la mayoría son de la etnia
kukama, muy asociada al agua, pues le tienen respeto al delfín rosado, a las
boas; son unos maestros en arte de pescar, consideran al río Marañón un ser
vivo y creen que, cuando alguien se ahoga en un río, en verdad se ha ido a un
mundo subacuático. Cuando eso pasa, se comunican con ellos a través de los
sueños.
Pero acá más bien sueñan con
tener los servicios básicos mínimos, algo que la Municipalidad Provincial de
Maynas (Iquitos es la capital de esa provincia) no les otorga, a pesar de haber
sido reconocidos como Asentamientos Humanos Marginales: 21 de Septiembre, en el
2006; e Iván Vásquez Valera, en el 2007. Lo que sí se les dio fue fluido
eléctrico en calles y casas, como una señal de que sus moradores existen.
El Tribunal Constitucional del
Perú tiene, desde mediados del año 2021, la posibilidad de acabar con las
deficientes condiciones de vida de estas poblaciones
El Tribunal Constitucional del
Perú tiene, desde mediados del año 2021, la posibilidad de acabar con las
deficientes condiciones de vida de estas poblaciones si admite el recurso
presentado por los abogados del Instituto de Defensa Legal (IDL), quienes
batallan desde hace cinco años por esta causa, para que los ciudadanos tengan
el elemental acceso al agua y saneamiento que todo ser humano merece.
“Todas esas aguas pueden ser
tratadas”, señala Juan Carlos Ruiz, uno de los abogados que lleva adelante la
demanda usando varios argumentos jurídicos. La Constitución Política del Perú,
en su Artículo 7-A, establece que “el Estado reconoce el derecho de toda
persona a acceder de forma progresiva y universal al agua potable”. El 195
indica que “la prestación de servicios públicos es de responsabilidad de los
gobiernos locales”.
El artículo 25 de la Declaración
de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas también
respalda el pedido. Según este, “los pueblos indígenas tienen derecho a
mantener y fortalecer su propia relación espiritual con las tierras,
territorios, aguas, mares costeros y otros recursos”. Todo ello sirvió para
ganar en una primera instancia, pero el municipio apeló y en segunda instancia
la Sala Civil de Loreto falló en base a otra ley peruana, la número 30645, que
prohíbe dotar de servicios públicos en “zonas de riesgo no mitigable”.
La conexión líquida
De acuerdo a Ruiz, dicha norma está hecha para lugares como la costa peruana, donde la población tiende a asentarse en lugares cercanos a los ríos que se desbordan en las épocas de lluvia. En esta parte de la selva, la situación es cualitativamente distinta, porque ancestralmente los pobladores están habituados a reinventar su forma de estar y vivir cuando vienen las precipitaciones.
Los asentamientos humanos Iván Vásquez y 21 de Septiembre llevan tiempo luchando para reivindicar el derecho al agua potable y al alcantarillado en Punchana.GINEBRA PEÑA GIMENO (GINEBRA PEÑA GIMENO) |
A este fenómeno se le llama bosque inundable y ocurre en otros varios sitios de la Amazonía. Más aún, hay pueblos como Islandia, un distrito ubicado en la frontera con Colombia, que tiene todas las casas levantadas ―incluyendo el local del municipio― sobre el cauce del río Yavarí, porque se sabe que, en algunos momentos del año, en efecto, las aguas subirán. Una solución basada en la lógica que, sin embargo, no se implementan en territorios similares como Iquitos.
“Hay una conexión con el agua,
con sus seres espirituales”, sostiene Verónica Shibuya, funcionaria del Centro
Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP). Cuando uno camina por
estas calles terrosas de estos asentamientos humanos comprueba que los
pobladores indígenas, o mestizos que son la mayoría, buscan no mantenerse lejos
de ríos como el Nanay, un afluente del Amazonas que pasa cerca. Algunos
inclusive practican la pesca de subsistencia en ese río.
La mayoría no, ciertamente,
porque los trabajos predominantes son de estibador, timonel, albañil, técnico
electricista o vendedor ambulante (el ingreso promedio diario apenas fluctúa
entre dos y siete euros o su equivalente en soles). Pero resulta evidente que
no pueden imaginar su vida alejada del ecosistema acuático y, por eso, están
allí y no en el centro de la ciudad. Otros han migrado desde la misma ciudad.
El problema no es el agua; es la contaminación.
Pero hasta el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) ha explorado situaciones alternativas, como
la acumulación del agua de lluvia (en Iván Vásquez se intentó, pero sin buenos
resultados). O elevar las tuberías. O promover un sistema de pozos, siempre que
la napa freática no esté contaminada. En vez de seguir esa ruta, las
autoridades hacen promesas que no cumplen, rechazan demandas, y la consecuencia
es que 2.500 familias siguen sumergidas en el olvido
Si no existieran los desagües de
Essalud, del matadero o del colegio ―denominado Liceo Naval de Iquitos―, la
vida para los vecinos podría ser mínimamente más llevadera. Pero un torrente de
trabas burocráticas, erráticas interpretaciones de la ley y escaso
entendimiento cultural parecen haberse juntado para crear un remolino de
problemas y seguir abriendo los caños de las aguas residuales.
Migrar o enfermar
También incide en este drama
sanitario la situación social de la selva en general. “Vine acá porque quería
mejorar y estudiar”, dice Ronaldo Jiménez, un muchacho de la etnia matsé, cuyo
lugar de residencia original queda a cinco días, con sus noches, de navegación
desde Iquitos, en la zona del Alto Yavarí. Antes, vivía en su comunidad y parte
de su tiempo lo dedicaba a pescar especies amazónicas como el acaraguazú o el bujurqui.
Hoy estudia diseño gráfico en Iquitos.
Vive con su esposa y un niño en
una casa rústica de la avenida principal de Iván Vásquez Valera, que está
parcialmente cubierta de tierra para evitar el efecto pernicioso de las
inundaciones estacionales. Es de madera, está sobre un altillo y en ella viven
también sus suegros y sus primos políticos. Para ingresar a su habitáculo
―donde hay un refrigerador, algunas sillas y un par de hamacas― uno tiene que
caminar por pasillos de madera estrechos y tambaleantes.
"Las pésimas condiciones
sanitarias provocan una gran incidencia de enfermedades de la piel,
respiratorias y estomacales
Como él, cientos de indígenas han
venido a la ciudad y, según un informe del CAAAP, lo hacen para “mejorar sus
condiciones de vida y salud”, algo que según el propio documento es
contradictorio porque “la zona es un foco infeccioso permanente”. Al punto que,
una encuesta que hizo esta entidad sobre 175 personas de los asentamientos, la
mayoría declaró haber tenido dengue y malaria. Es imposible no imaginarlo
cuando los desechos rondan por varios lados y el agua se estanca, hábitat
idóneo para los mosquitos transmisores de estas enfermedades.
Este territorio rodeado de cursos
de agua hediondos, donde los gallinazos se mueven como en su fluido esencial,
parece un gigantesco criadero de mosquitos, entre ellos el Aedes Agypti, que
puede transmitir no solo el dengue sino, además, la chikungunya y el zika. Las
pésimas condiciones sanitarias también provocan una gran incidencia de
enfermedades de la piel, respiratorias y estomacales; así como de casos de
tuberculosis.
¿Sería mejor si no migraran?
Según el artículo La salud en las comunidades nativas amazónicas del Perú,
publicado en 2014 en la Revista Peruana de Epidemiología, apenas el 10% de las
comunidades nativas tiene un puesto de salud. El saneamiento es igualmente
escaso y hay fuertes índices de desnutrición infantil. Según un reciente
estudio de las ONG Suyay y Zerca y Lejos, en Santo Tomás, un pueblo vecino a
Iquitos, la prevalencia de retraso en el crecimiento allí es muy elevada. En
los niños en edad preescolar llega a 31,3%, lo que es 18,6 puntos por
porcentuales por encima del promedio sudamericano (12,7%). Se trata, entonces,
de una migración deseada, pero a la vez forzada. Segundo Panduro, un hombre
cuya ascendencia es kichwa (otra etnia amazónica), llegó acá desde Tarapoto,
ciudad selvática peruana ubicada en una zona más bien montañosa. No encontraba
trabajo y en este pueblo al menos halló un lugar para construir una casa.
Antes de la próxima crecida
Frente a Panduro vive la señora
Nora Sikiwa, que es también kichwa, pero del Ecuador. Vino cruzando la frontera
porque el negocio de venta de frutas que tenía comenzó a naufragar. Es madre de
siete hijos, de distintas edades, que se le trepan al cuerpo y se ríen mientras
conversa. En la puerta de su humilde chabola de madera vende trozos de sandía
y, por supuesto, también anhela que un día el agua potable y el alcantarillado
lleguen. Porque sabe que las enfermedades la rodean.
El Tribunal Constitucional del
Perú tiene en sus manos admitir el recurso presentado por los pobladores y
resolver que tienen derecho a algo tan básico como al agua, a su agua.
Mientras, la próxima inundación se avecina, en medio de las miasmas; no como ocurriría
en un bosque limpio, o en un pueblo con servicios.
Fuente: El País
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