En la playa de Ancón los operarios de limpieza trabajan intensamente. |
Han pasado casi dos semanas del derrame, pero las rocas de
Playa Cavero siguen coloreadas de un negro pegajoso.
Situada en Ventanilla, a unos 90
minutos al norte de Lima, es una inmensa playa en la que rompen las olas del
Pacífico, pero la brisa marina no puede con el olor pesado y mareante que lo
envuelve todo.
Huele así desde que algo salió
mal el pasado 15 de enero en el proceso de carga de un petrolero en la
refinería de La Pampilla, propiedad de la compañía española Repsol, y el
contenido de 11.900 barriles de crudo acabó en el mar, según la cifra que dio
el gobierno peruano el 28 de enero.
Un enjambre de operarios
enfundados en monos blancos y botas de pocero lucha armado con palas y
carretillas contra el vertido. Pero el crudo se agarra a las piedras y se
filtra entre la arena. A cada palada sale más plasta negra.
También aumentan los cuestionamientos
sobre el manejo de la crisis por la empresa, que atribuyó lo ocurrido a un
episodio de "oleaje anómalo" causado por la erupción de un volcán en
la isla de Tonga.
"Después de unos minutos aquí les empezará a doler la cabeza. El crudo es un agente tóxico que puede provocar irritación al contacto con la piel y otros problemas si se inhala", explica la doctora Diana Reque, del Cuerpo General de Paramédicos de Perú, una organización de voluntarios,
En Playa Cavero, en Ventanilla, es donde hay el mayor despliegue. |
Su misión es comprobar que
quienes trabajan en la zona cero del vertido siguen las recomendaciones de
seguridad y atenderlos si alguno se siente indispuesto.
Reparte botellas de bebida
isotónica mientras acarrea dos pesadas mochilas cargadas con equipos de
protección individual. De quien no se puede ocupar es de la fauna marina que
habita este paraje.
Aquí se llega rodando hacia el
norte desde Lima por la carretera Panamericana Norte y otras vías poco y mal
asfaltadas. Las lomas peladas de los Andes que dominan el paisaje podrían
parecer algún monte lunar si no fuera por las miles de viviendas improvisadas
que construyeron en sus laderas miles de inmigrantes del Perú rural. Pocos
tuvieron el tiempo, los medios o las ganas para cubrir los ladrillos con los
que levantaron sus hogares en esta polvorienta y escarpada franja costera.
En la ruta vendedores ambulantes
serpentean entre los autos y busetas atrapados en sus frecuentes atascos
ofreciendo botellas de Inca Kola y otros refrigerios. Los más enérgicos logran
que sus voces se oigan más que el incesante concierto de cornetas impacientes.
Mientras los limeños de mayor
poder adquisitivo suelen pasar los fines de semana en las playas al sur de la
capital, Ventanilla ha sido tradicionalmente lugar de descanso habitual de la
clase trabajadora.
Playa Cavero, donde al rugido de
los autos lo suplantan el canto de las aves marinas y el rumor del oleaje, era
un lugar de tregua para ellos.
No está claro que vayan a seguir
viniendo ahora que todos los noticieros lo identifican como un lugar tóxico.
El que sí ha venido es Rubén
Ramírez, ministro de Ambiente. Ha estado supervisando el trajín de
funcionarios, voluntarios y camiones que recorren la playa de arriba a abajo
tratando de devolverla a su estado original.
"La playa ha quedado teteada
(llena) del material oleoso, pero hemos pedido la actuación del Ejército y de
las fuerzas especiales".
"Cuestionamos la respuesta
de la empresa. Están haciendo trabajos, sí, pero eso se regía a un plan de
contingencia y aparentemente ese plan de contingencia solamente era en
papel", le cuenta a BBC Mundo.
La compañía ha prometido reparar
el daño causado y hacerse cargo de las labores de limpieza, para lo que ha
contratado a muchos de los pescadores que se han visto privados de su sustento
por el vertido.
Pero las autoridades admiten que en varias de las playas afectadas los trabajos ni siquiera han comenzado.
El ministro de Ambiente de Perú, Rubén Ramírez, visitó las zonas afectadas. |
No obstante, el ministro Ramírez está satisfecho porque más de 600 marinos militares se han sumado a la labor y ya se han recogido casi 9.500 metros cúbicos de crudo.
"En menos de un mes la playa
va a quedar limpia pero la remediación durará mucho tiempo. Aquí hay daño
ambiental, moral y económico", pronostica.
Por eso, dice el ministro antes de subirse al vehículo oficial que lo llevará a otras playas afectadas, la República de Perú acudirá a los tribunales internacionales en busca de compensación.
La refinería de La Pampilla, donde se produjo el vertido. |
Eso no parece bastarles a los pescadores artesanales del distrito de Pachacútec que llevan días protestando a la entrada de la refinería en la que ocurrió el siniestro. "La empresa se burla de nosotros y el gobierno nos escucha, pero no nos da soluciones", se queja Mercedes Pando.
A su lado, Jhossy Arango,
pescadora y madre de dos hijos, denuncia: "Quieren callarnos entregando
unos bonos de 500 soles (unos US$130) cada quince días, cuando los pescadores
ganamos eso en medio día de trabajo".
Los pescadores les gritan su indignación a los paneles con el logo de Repsol que presiden la entrada a la refinería y a los policías que la custodian. De vez en cuando ondean algunas de las banderas peruanas que portan consigo, pero, salvo el humo de alguna de sus chimeneas, no hay señales de vida al otro lado.
Pescadores afectados llevan días concentrados frente a la refinería en la que se produjo el vertido. |
Playas contaminadas
El asunto ha encendido los ánimos
de muchos en Perú. El presidente Pedro Castillo llevó como una de sus promesas
de campaña poner límites a lo que considera abusos del gran capital extranjero
y un desastre natural que involucra a una compañía europea no ha hecho sino
acentuar la indignación de los que se consideran agraviados. Castillo no ha
dudado en calificarlo como el peor desastre ecológico de la historia reciente
del país.
La compañía ha prometido reparar
el daño causado y hacerse cargo de las labores de limpieza, para lo que ha
contratado a muchos de los pescadores que se han visto privados de su sustento
por el vertido.
A Eugenio Mercado no le han
contratado para limpiar. A sus 70 años presume de llevar los últimos 40
sumergiéndose a pulmón en el Pacífico para capturar con su arpón pericos, yuyos
y otros habitantes de sus profundidades. A veces, también se embarca en alguno
de los barcos que pescan bonito mar adentro.
"Mi hija quiere que deje de trabajar, pero yo me aburro demasiado en casa", cuenta.
Eugenio no podrá volver a pescar por donde solía por un buen tiempo. |
Ahora, la contaminación provocada por el vertido le obliga a hacer lo que siempre quiso evitar: parar.
A Ancón, donde vive Eugenio, también
ha llegado el petróleo, el visitante menos deseado en un lugar que se ubica en
el espacio protegido del Parque Ecológico Nacional Antonio Raimondi.
Eugenio no quiere opinar sobre la
respuesta de Repsol y del gobierno a la tragedia: "No los he oído hablar",
dice. Pero hay algo que tiene claro. "Estamos fregados con esto; aquí en
Ancón nos han fregado a todos, porque ya no podemos pescar".
Intenta que uno de sus amigos que
trabaja en el operativo de limpieza corrobore su queja. Aunque quiere, alguien
que parece un superior le recuerda que no debe hablar con la prensa mientras
trabaje para Repsol.
Mientras su amigo regresa a su
nueva tarea de limpiar la playa en la que antes pescaba, Eugenio expresa un
deseo: "Uno ya está viejo, pero ojalá que la empresa y el gobierno ayuden
a los jóvenes aquí en Ancón".
"Porque esto no se va a
arreglar en unos pocos días".
Fuente: BBC Mundo
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