Por HANNAH BEECH The New York Times
BUNGA TANJUNG, Indonesia — Los hombres se acercaron a Hope y
a su bebé con lanzas y armas de fuego. Pero ella no se iba. No tenía ningún
sitio adonde ir.
Cuando los perdigones del rifle penetraron los ojos de Hope,
dejándola ciega, ella subió a tientas por los troncos de los árboles, buscando
alguna fruta para alimentarse.
Al final, el torso de Hope había sido acuchillado y
presentaba profundos desgarres. Tenía muchos huesos fracturados. En su cuerpo
se alojaban 74 perdigones y le habían arrebatado a su bebé de unos cuantos
meses.
Hope (Esperanza), a quien le dieron ese nombre en un centro
de rehabilitación, es una orangutana de Sumatra, un animal en grave peligro de
extinción que, según advierten los científicos, podría ser la primera especie
importante de grandes simios en desaparecer. A medida que acaban con la selva y
el pantano para poner plantaciones de aceite de palma, los orangutanes, cuyo
nombre en malayo significa “gente del bosque”, están perdiendo su hábitat.
En toda la isla de Sumatra, ubicada en Indonesia, los
paisajes carbonizados con tocones de árboles ennegrecidos y tierra chamuscada
son un símbolo de la devastación provocada por los seres humanos.
“Han acabado con 20.000 hectáreas, solo quedan unos cuantos
árboles y el orangután mira a su alrededor y dice: ‘¿Qué le pasó a mi
bosque?’”, comentó Ian Singleton, director del Programa de Conservación del
Orangután de Sumatra.
Dos países, Indonesia y Malasia, proporcionan al mundo más
del 80 por ciento del aceite de palma, una sustancia con múltiples usos que van
desde el biocombustible y el aceite para cocinar, hasta el lápiz labial y el
chocolate. En septiembre pasado, en el marco de las inquietudes por la
reducción del hábitat para las especies en peligro de extinción y de las
peligrosas emisiones de carbono derivadas por las quemas masivas para preparar
tierras de cultivo, Indonesia dejó de otorgar nuevas licencias para las
plantaciones de aceite de palma.
Sin embargo, como lo demuestra el drama de Hope, las
disposiciones emitidas en oficinas gubernamentales pueden tener poca influencia
en las aldeas pobres. La voracidad del mundo por el aceite de palma todavía es
insaciable.
“Dicen que hay una suspensión, pero todos los días puedo ver
con mis propios ojos que se pierde tierra”, comentó Krisna, uno de los
coordinadores de la Unidad de Reacción al Conflicto entre el Hombre y los
Orangutanes, un grupo con sede en Sumatra que ha rescatado a más de 170
orangutanes heridos desde 2012 (al igual que muchos indonesios, Krisna utiliza
un solo nombre).
Los orangutanes solo viven en dos islas del mundo. Además de
los seres humanos, es la única especie de grandes simios que vive fuera de
África.
Bunga Tanjung, Sumatra, Indonesia
De 1999 a 2015, la población de orangutanes en la isla de
Borneo se redujo en más de cien mil individuos, informaron unos investigadores
en la revista científica Current Biology. Según el Fondo Mundial para la
Naturaleza, quedan alrededor de cien mil orangutanes en Borneo. En Sumatra
—donde se ha perdido más de la mitad de la superficie forestal desde 1985, de
acuerdo con una coalición de grupos ambientalistas llamada Ojos sobre la
Tierra— ahora existen menos de catorce mil orangutanes de Sumatra.
Quizá no parezca que esa cifra sea el presagio de una
extinción. Pero debido a que las madres orangután dejan pasar tanto tiempo
entre un nacimiento y otro —dedican de ocho a nueve años a criar un hijo— los
científicos temen que la población entre en un periodo de decadencia.
Los orangutanes menos afortunados mueren en las quemas para
acondicionar tierras de cultivo. Los más afortunados son abandonados a su
suerte en pequeñas islas de árboles que dejan entre las palmas de aceite.
Desesperados por comida, vagabundean en áreas habitadas por seres humanos,
saquean las cosechas y hacen que los aldeanos tomen medidas.
“Se comen algo de fruta y los matan”, señaló Singleton. “Y no
se hace nada al respecto. No existe la ley”.
Cuando Hope apareció hace algunos meses en las afueras de la
aldea de Bunga Tanjung en la provincia de Aceh de Sumatra, parte de la tierra
aún estaba ardiendo. El horizonte estaba lleno de ordenadas filas de semillas
de palmas de aceite. Confinada a una franja angosta de bosque secundario, Hope
engullía frutas de los huertos de la aldea para poder sobrevivir.
La mayoría de los residentes de Bunga Tanjung no son de Aceh,
sino que son migrantes económicos pobres que llegan de otros lugares de
Indonesia, atraídos por la demanda de aceite de palma.
Las palmas, especies originarias del oeste de África, ofrecen
ingresos básicos para los campesinos que a menudo tienen problemas para
sobrevivir, a pesar de que las plantas generan raíces nocivas que dificultan
volver a labrar la tierra.
“Sin el aceite de palma, no podemos sobrevivir”, comentó
Sanita, alcalde de un municipio de Bunga Tanjung.
Durante algunas semanas, los aldeanos le dispararon en varias
ocasiones a Hope, para intentar asustarla hasta que se fuera. Pero sin tener
adonde ir, aparte del pedazo de selva, Hope se quedó en el mismo lugar.
Un simio de 45 kilogramos se considera una alimaña de gran
tamaño, pero el bebé de Hope era promisorio para algunas personas de la aldea.
Pese a que es ilegal vender especies en peligro de extinción, a menudo los
bebés orangutanes son capturados para el comercio de especies, o para
zoológicos que necesitan alguna atracción estelar.
En comparación con los seres humanos o los chimpancés, los
orangutanes son los introvertidos del mundo de los simios, ya que viven una
vida mayormente solitaria. Sin embargo, en cautiverio se les ha enseñado el
lenguaje de señas, y su contacto visual es fascinante. Sus eufóricos ruidos
como de besuqueos tienen el sospechoso sonido de un coqueteo.
Un bebé de ojos grandes con mechones de pelo color cobrizo
puede representar un pago de 70 dólares para los aldeanos, según ecologistas
locales que han hecho un seguimiento del comercio de especies en peligro de
extinción. Cuando los simios se venden a zoológicos sin escrúpulos o a
propietarios particulares, pueden valer cien veces más.
No obstante, los orangutanes adultos tienen menos valor en
cautiverio. No son tan lindos. Son demasiado fuertes. Además, pocas personas
tienen el tiempo y la energía para dedicarse a trabajar con criaturas tan
inteligentes, por lo que muchos de ellos quedan olvidadas tras las rejas, donde
se les atrofian las extremidades y la mente.
“No encerraríamos a un ser humano en una jaula tan pequeña en
la que no pudiera ni darse la vuelta”, comentó Harista, cuidador de un centro
de rescate, quien una vez enseñó a un orangután a volver a balancearse con sus
brazos después de diecisiete años de confinamiento. “¿Por qué se lo hacemos a
los orangutanes?”.
En marzo, un adolescente de Bunga Tanjung se encaminó hacia
un grupo de árboles. Su objetivo era llegar hasta Hope y arrebatarle su bebé. A
pesar de que los perdigones le habían quitado la vista, ella luchó para
proteger a su cría y arañó los brazos del chico.
Sin embargo, al final el adolescente logró llevarse al bebé y
lo guardó en una canasta fuera de su casa.
Para cuando los oficiales forestales se enteraron sobre la
presencia de Hope y organizaron una operación de rescate, el bebé ya casi no
reaccionaba, comentó Krisna, el coordinador de la organización para el rescate
de orangutanes.
Sanita, el alcalde presentó una versión diferente de los
hechos. Mencionó que Hope solo estuvo en la aldea unos cuantos días, en
contradicción con las pruebas de los nidos de orangután construidos en los
árboles cercanos que llevaban ya varias semanas. Nadie de su aldea le había
disparado, señaló, sin tomar en cuenta los 74 perdigones.
“No haríamos nada que dañara a los orangutanes, a pesar de
que ellos nos molestan”, afirmó.
Con Hope sedada en la parte trasera de un vehículo y el bebé
nuevamente en sus brazos, Krisna se dirigió con rapidez al centro de
rehabilitación de Singleton cerca de la ciudad de Medan, a diez horas de
distancia.
El bebé murió en el camino.
Un cirujano suizo abordó un avión para ir a operar a Hope
(los cirujanos tienden a ser más hábiles que los veterinarios en las
operaciones de simios).
Actualmente, Hope se recupera en un recinto. Mediante el
tacto, ha aprendido a recibir de su cuidador una papaya o una botella de leche.
En las cercanías, orangutanes huérfanos gimen y chillan.
Cuando Hope escucha a los bebés, se enrosca en posición fetal y grita.
En Bunga Tanjung, permanece la sombra de Hope. La policía ha
interrogado al adolescente, cuyo nombre no se revela por ser menor de edad,
pero precisamente por esa razón, no se sabe si le levantarán cargos. No se ha
presentado ningún adulto para responsabilizarse por todas las heridas de Hope.
El adolescente ha renunciado a su sueño de convertirse en
mecánico y ya casi no va a casa, de acuerdo con su padre, Aliong Sitepu.
“Siempre está de mal humor”, comentó Aliong. “No sé cómo comunicarme con él”.
Sentado fuera de su choza de madera, con el calor de la selva
penetrándole por todos los poros, Aliong se pregunta si es momento de irse de
ese lugar, donde la fruta de una palma africana no ha podido darle fortuna. Una
bestia color naranja, señaló, ha sido la maldición de la familia.
“¿Es este un mundo justo en el que la vida de mi hijo vale
menos que la de un orangután?”, preguntó.
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https://www.nytimes.com/es/2019/07/02/aceite-de-palma-orangutanes/?rref=collection%2Fsectioncollection%2Fnyt-es
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