La primera vuelta electoral del Perú dejó un panorama aparentemente sombrío para las mujeres y disidencias de sexo y género.
Pero aunque la elección a la
presidencia, que se decidirá finalmente en segunda vuelta el 6 de junio, se
reduzca a dos opciones imperfectas —la derechista Keiko Fujimori y el
izquierdista Pedro Castillo—, las diferencias entre ambas candidaturas son notables
y, yo diría, determinantes.
La sensación, para algunas de
nosotras, es que debemos dejar suspendidas algunas luchas específicas para
priorizar lo común y lo urgente, pero con un firme compromiso por el cambio y
un propósito claro de cerrarle el paso al fujimorismo. Pese a los ataques y a
los intentos de denostarla, lanzados de un lado o del otro, la lucha
antipatriarcal no es cosmética, posmoderna, caviar o progre. Es, por el
contrario, una lucha consustancial a la búsqueda permanente de la justicia social
en el país. Por eso recurro a la memoria y al voto crítico, sí, pero también
asumo que la posición del “voto antifujimorista” no es suficiente.
No son tiempos para una
improductiva equidistancia que, en el Perú, equivale a continuismo. Yo votaré
por Pedro Castillo pensando en apoyar a una reivindicación histórica y
anticolonial en respuesta a una clase política miope y a la sociedad racista en
la que crecí. Será un voto por el cambio del relato de décadas de
neoliberalismo que ha afectado especialmente a las mujeres trabajadoras y
pobres.
Como mujer antipatriarcal parto
de la convicción de que los feminismos son varios y diversos, abarcan también
opresiones de raza y clase y no se agotan en el género. Pero por eso mismo mi
voto por el candidato de Perú Libre no puede ser incondicional. Castillo ya ha
asumido algunos compromisos básicos de respeto por la independencia de poderes
y la legalidad democrática, debería hacer lo propio por los derechos de las
mujeres (solo en el mes pasado desaparecieron 472 mujeres en el Perú) y por las
diversidades en todos los territorios si quiere recibir un respaldo mayoritario
por parte de un sector legítimamente indeciso del feminismo. Y, sobre todo,
debería honrar su palabra de resultar elegido. Si así lo hiciera, este podría
ser el inicio de un proceso que apunte a una reivindicación histórica, popular
y anticolonial.
Los resultados de la primera
vuelta, que significaron un golpe de realidad para muchos (y muchas) fueron
resumidos por diversos analistas como “el día en que nos dimos cuenta de que el
Perú no es Lima”.
Porque no solo hombres, sino
miles de mujeres de las regiones y las zonas más olvidadas del país, votaron
por las propuestas de Castillo, que van desde devolver al país la soberanía de
sus recursos (por ejemplo, solo el 8 por ciento de los peruanos tiene gas
natural en sus casas pese a que el Perú es una de las potencias reservas
probadas de la región, mientras que en muchas regiones aún se cocina con leña o
cientos de adultos y niños mueren cada año de frío) hasta subir el gasto
público en educación y en salud. Hablamos de mujeres que habitan en los entornos
arrasados por proyectos mineros millonarios que ni cuidan el medioambiente ni
mejoran sus condiciones de vida, y que también se sumaron al voto por Castillo.
Por eso la progresista Verónika
Mendoza, quien era mi candidata en la primera vuelta y dirige el partido Nuevo
Perú, firmó hace unos días una alianza con Castillo en la que el maestro rural
y dirigente sindical se compromete a respetar tanto los principios democráticos
como a garantizar “derechos para todos, en plena igualdad y sin ningún tipo de
discriminación”. Esta ha sido hasta ahora la única consigna sobre este tema que
se ha logrado arrancar al profesor conservador.
Martin Mejia/Associated Press |
Alessandro Cinque/Reuters |
¿Es Castillo antipatriarcal? No, no lo es. Keiko tampoco, pero no solo eso. Y he aquí el verdadero peligro al que se asoma el país en general, y las mujeres en particular. Keiko Fujimori (o la señora K, como supuestamente se le conocía en los audios que revelaron alguna de las tramas de corrupción de su partido) ha basado gran parte de su campaña en intentar instrumentalizar algo de lo que ha sido enemiga pertinaz: los intereses de las mujeres.
En un alarde de cinismo, su más
reciente jugada es reivindicarse como una política víctima del machismo de su
oponente —sus seguidores acusan al partido de Castillo de estar contra las
peruanas y ella cada vez que puede le llama machista—, usando el feminismo a su
favor, y la lucha contra la violencia de género para ganar votos y promover la
idea de que tenemos que elegir entre la mujer empoderada y el macho de
izquierda.
Hablamos de la misma mujer que ha
prometido retirar el enfoque de género de la educación pública; que no solo fue
parte del gobierno de su padre sino que está imputada, ella misma, por lavado
de activos, organización criminal, obstrucción de la justicia, entre otros
cargos. Hablamos de la líder de un partido que en estos años en el Congreso
bloqueó muchas de las iniciativas legislativas que podían mejorar las
condiciones de vida de las mujeres y de la comunidad LGBTIQ+; de un grupo
parlamentario que pactó con fundamentalistas religiosos y llegó a exonerar al
juez César Hinostroza, investigado por corrupción y señalado por absolver y
otorgar menos penas para violadores de menores.
Pero sin duda, el ejemplo más
reciente de su desdén por las causas de las mujeres, el que ha dejado al
descubierto el “feminismo” instrumentalizado de Keiko, es su declaración sobre
el caso de las esterilizaciones forzadas de miles de indígenas, un crimen
racista y de lesa humanidad que cometió el gobierno de su padre y por el que
aún no ha sido juzgado y que para Keiko Fujimori fue apenas “un plan de
planificación familiar”.
Es frente a esta candidata, la de
la injusticia y el olvido, que las mujeres y disidencias situamos a Pedro
Castillo (hay organizaciones de base adhiriendo su voto con demandas muy claras),
quien a pesar de mantener una posición socialmente conservadora y de mantener
en su partido a gente que propala mensajes misóginos, también se ha rodeado de
personas, como su candidata a vicepresidenta, Dina Boluarte, que ha demostrado
un coraje ejemplar ante la prensa alineada con Fujimori; congresistas corajudas
como Zaira Arias, que han convocado a muchas jóvenes activistas; o Nila Vigil,
comprometida con la diversidad cultural y lingüística.
¿Es esto garantía de que Castillo
será un presidente aliado para todas las mujeres del Perú y para la comunidad
LGBTIQ+? No. Pero puede ayudar a que millones de ellas dejen de ser ignoradas
desde el centralismo limeño.
La otra opción —la continuidad del fujimorismo, con sus tramas de corrupción e impunidad— solo garantiza la consolidación de los privilegios de algunas. Y no deberíamos dejar atrás a ninguna.
Paolo Aguilar/EPA vía Shutterstock |
Fuente: New York Times
https://www.nytimes.com/es/2021/05/24/espanol/opinion/peru-elecciones-castillo-fujimori.html
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