POR ENRIQUE VERA EN 8 AGOSTO 2020
- Incremento de minería ilegal, deforestación y
el hostigamiento que sufren ha hecho que los indígenas amahuacas del
Pariamanu denominen como la "Nueva Pampa" a su territorio.
- La deforestación a causa de la actividad
minera en las zonas aledañas al río Pariamanu se incrementó en 70 %
durante el último año, según el último informe del Proyecto de Monitoreo
de la Amazonía Andina.
Alberto Inuma no recuerda bien la
fecha exacta, pero sí que a fines del año pasado, en un punto cercano a puerto
Pastora, en Puerto Maldonado, región Madre de Dios, alguien le puso precio a su
vida. Ese día había comprado medicinas que debía llevar con urgencia a Boca
Pariamanu, la comunidad indígena donde vive desde que nació, hace 51 años.
Nativo de la etnia amahuaca, como casi todos en su pueblo, Alberto era el único
que podía brindar atención médica básica a sus vecinos. Nunca hubo en Boca
Pariamanu un médico o enfermero permanentes y hasta ahora la posta de salud
sigue abandonada. Él estudió para ser técnico sanitario, pero por estos días es
más que nada catequista y agricultor. A sus conocimientos de salud se suman los
patrullajes que realiza una vez al mes por el río Pariamanu, con un grupo de
indígenas amahuacas y de otras etnias,
para detectar los daños que causa la minería ilegal en las proximidades de su
comunidad. Por eso, cuando aquella noche en Puerto Maldonado dos hombres lo
interceptaron en la calle, Alberto no tardó en darse cuenta de lo que estaba
por venir.
Uno le cerró el paso y otro,
desde atrás, le increpó: “Tú eres el que avisas para que no se haga minería;
sigue y en cualquier rato te vamos a matar”. Alberto Inuma reconoce que el
miedo no le permitía recordar con detalle lo ocurrido. Días después, sin
embargo, supo que los dos hombres que lo amenazaron habían sido vistos
maniobrando motobombas en algunos de los patrullajes a canoa por los contornos
de Boca Pariamanu. Ambos eran propietarios de maquinaria y dragas, y operaban
en la extracción de oro sobre una concesión de castaña situada río arriba, a
unos 20 minutos de su comunidad.
Alberto Inuma, indígena amahuaca de Boca Pariamanu, teme por sus cultivos, por su familia, por su vida. Foto: Diego Pérez / SPDA. |
El hermano menor de Alberto es
Gilberto Inuma y también ha sido amenazado de muerte, casi con las mismas
palabras: “En cualquier ratito los vamos a matar”. A Gilberto no lo encararon
como a Alberto, pero comuneros de otros sectores del Pariamanu le advirtieron
que los mineros ilegales alardeaban aquella frase contra él y también contra
el presidente de la comunidad indígena
de Boca Pariamanu, Julio Rolin Pacaya. A ellos también los acusan de informar
sobre los nuevos campamentos mineros que se van instalando en la zona y el
estado en el que va quedando el río que irriga las fronteras de Boca Pariamanu.
Ahora, temen que sus familias sean atacadas, que sus cultivos de plátano y
yucas queden destrozados. Temen por sus bosques de castañas, temen por su vida.
Una comunidad en peligro
Imagen aérea de la comunidad nativa de Boca Pariamanu. Foto: Vico Méndez /SPDA. |
Julio Rolin explica que hace dos
semanas un grupo de médicos llegó a la comunidad para realizar pruebas rápidas
de descarte de Covid-19, y que más de 30 amahuacas resultaron portadores del
virus. O sea casi el 70 % de la población. El presidente de la Federación
Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad), Julio Cusurichi, tiene
registrados más de 320 indígenas infectados de coronavirus en esta región.
En Boca Pariamanu no hay luz
eléctrica. Tampoco agua potable. Los indígenas amahuacas han instalado un
sistema propio para tener agua en sus casas todos los días. La succionan desde
un punto alejado del río Las Piedras donde creen que la contaminación es menor
en comparación con el río Pariamanu, de corriente turbia por la cantidad de
mercurio que emana de los campamentos mineros cercanos. Pese a que el Pariamanu
no es un sector de concesiones mineras, el incremento de esta actividad ha
obligado a que los indígenas dejen la pesca como actividad diaria para su
alimentación. Alberto Inuma dice a Mongabay Latam que los zungaros, bocachicos
o carachamas que pescaban, les producían graves infecciones estomacales por
varios días. Ahora ya no los consumen.
“Antes era nuestro alimento
favorito, pero ahora los peces están enfermos por el azogue y nos enferman a
nosotros”, lamenta Alberto.
El presidente de la comunidad estima que los primeros campamentos mineros de la zona empezaron a asentarse hace unos cinco años en la margen izquierda del Pariamanu, es decir, del otro lado de la comunidad. Cuenta que al principio los mineros operaban cerca de la orilla pero con el tiempo fueron penetrando en las concesiones de castañas buscando nuevos puntos de extracción y también para encubrir su actividad. Con ello, la depredación del bosque se tornó avasalladora. Gilberto Inuma, presidente del Comité de Castañas en Boca Pariamanu, indica que los focos de minería ilegal ya están dispersos en la selva boscosa y que en cada uno de estos sectores hay deforestación de cinco, ocho o diez hectáreas. El punto de operación minera más cercano a la comunidad nativa está a no más de 20 minutos en bote. Gilberto cree que se trata del campamento de extracción más grande por la enorme superficie ganada al bosque.
“Ya no podemos ver a los mineros
con facilidad, están adentro. Solo miramos con pena que esta tierra no es más
como antes”, señala Gilberto.
Ninguno de estos indígenas tiene
claro cuántos focos mineros hay ahora en la zona del Pariamanu, pero suponen
que son al menos ocho enclaves por los ruidos de los motores que escuchan día y
noche desde distintas direcciones. Los habitantes de la zona han podido
establecer que el tiempo mínimo que los mineros dedican para drenar un terreno
en busca de oro es 15 días. Si en ese periodo no encuentran el ansiado metal,
se mueven a otros castañales y así extienden la deforestación. Otro indicador
para los indígenas de que los campamentos están incrementándose es la cantidad
de botes que recorren el Pariamanu. Hasta hace unos años pasaban dos o tres
botes al día, sobre todo, en época de recolección de castañas. Actualmente los
nativos llegan a ver a diario hasta 70 botes llenos de pasajeros, en idas y
vueltas frecuentes. El tránsito por el río Pariamanu no se detuvo ni en los
meses de inmovilización social obligatoria a causa del coronavirus. En el curso
de la pandemia, el flagelo medioambiental incluso habría crecido en lo que se
denomina el bajo Madre de Dios.
Hace unas semanas, Julio Rolin
regresaba a su comunidad desde Puerto Maldonado en una embarcación con motor
fuera de borda y con capacidad para 20 personas. Llevaba alimentos para algunas
familias en cuarentena, pero era el único en el bote con ese tipo de carga. El
resto trasladaba combustible, cervezas y diversos víveres. El dirigente
amahuaca no identificaba a ninguno como comunero de alguna de las localidades
aledañas a los ríos Las Piedras o Pariamanu, tampoco como uno de los
concesionarios de castañas. En el camino, cuando los vio descender de las
embarcaciones cerca de las zonas deforestadas, confirmó que eran mineros
ilegales. Rolin tiene información de que en los sectores de excavación ya hay
tiendas, bares, y que incluso se han registrado varios asaltos a mano armada.
Por eso, los indígenas de Boca Pariamanu ya no tienen dudas. Han ajustado una
denominación para esta área de crecientes focos de extracción de oro que alude
a ese infierno de minería ilegal, trata de personas, sicariato y prostitución
conocido como La Pampa, sector ubicado en la zona de amortiguamiento de la
Reserva Nacional Tambopata, en Madre de Dios.
Los campamentos mineros operan a menos de 200 metros de la comunidad de indígenas amahuacas. Foto: comuneros de Boca Pariamanu. |
Colusión y amenazas
Gilberto Inuma descarta que entre
los ocupantes de las embarcaciones que casi a diario surcan el río Pariamanu
haya por estos días concesionarios de castañas o agricultores que laboren en la
recolección de este fruto seco. Hace una ecuación rápida y señala que los
últimos recolectores de esta temporada debieron ingresar en los bosques hacia
mediados de abril como máximo. La caída de castañas es muy estacional: empieza
con fuerza en diciembre y concluye casi siempre en marzo. El dirigente Julio
Rolin está convencido de que el aumento de los focos de minería ilegal deviene
de la colusión entre concesionarios de castañas y los dueños de motores y
dragas para la extracción de oro.
“Los concesionarios invitan a los
mineros para que operen en sus terrenos. O a veces los mineros se presentan con
el fin de excavar ahí. Si hay acuerdo, los castañeros cobran sus regalías”,
explica el presidente de Boca Pariamanu.
En este lado de la Amazonía
peruana, los castañeros están dispersos por casi toda la cuenca del río
Pariamanu. Rolin sostiene que el Estado ha otorgado allí concesiones por 30
años, pero el progresivo cambio de uso de algunas de esas tierras ahora es
alarmante. El efecto inmediato de esta actividad ilegal está en los suelos
perforados y en los enormes charcos repletos de fango y mercurio que parten
casi desde las riberas del Pariamanu hacia los castañales, apunta Gilberto
Inuma. También, en el acecho continuo contra los indígenas.
Cuando no son amenazados de
muerte por reportar lo que ocurre en su pueblo, los amahuacas son tildados de
vagos y conformistas. Los mineros les recriminan por no sacar el oro que está
en sus suelos y contentarse apenas con los que les dejan sus chacras. Les dicen
que no trabajan ni dejan trabajar, que los van a esperar algún día cerca de la
comunidad y que entonces no van a poder escaparse. El ingeniero agrónomo y
especialista en conservación y comunidades nativas de la Sociedad Peruana de
Derecho Ambiental (SPDA), Eddy Peña, remarca que ahora los indígenas se sienten
intimidados incluso para hacer sus recorridos normales con el fin de
salvaguardar su territorio. “Mientras más cerca esté la actividad minera, ellos
(los nativos) van a tener más complicaciones para todo porque cada vez va a ser
más latente el riesgo”.
“El tema es que muchos de los
concesionarios de castaña permiten o se dedican a otras actividades como la
minería ilegal”, sentenció Peña.
Delito en migración
Los habitantes de las comunidades
de Pariamanu han sido testigos de cómo los mineros trasladan el oro hacia
Puerto Maldonado por río. Allí, los acopiadores informales pagan, en promedio,
S/160 por onza (aproximadamente 31.1 gramos), de acuerdo con información del
Comité de Gestión de la Reserva Nacional Tambopata. Al término de julio, el
precio internacional del metal subió a US$1926 por onza. Este aumento se
reflejó en el recrudecimiento, aún en tiempos de pandemia, de la minería ilegal
en diversas zonas de Madre de Dios y, en particular, dentro del Pariamanu. Los
amahuacas creen que el escaso control policial en su territorio ha generado la
migración paulatina de los mineros que operaban en La Pampa, donde la actividad
extractiva ilegal y sus delitos conexos habían sido descomunales hasta hace un año
y cinco meses. En febrero de 2019, el gobierno peruano ejecutó la intervención
militar y multisectorial denominada Operación Mercurio, para erradicar la
minería ilegal de aquel sector ubicado a la altura del tramo comprendido entre
el kilómetro 98 y el 115 de la vía Interoceánica.
El último informe del Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP, por sus siglas en inglés) de la Asociación para la Conservación de la Cuenca Amazónica (ACCA) y Amazon Conservation Association (ACA), que midió el impacto de la minería ilegal desde inicios del 2017 hasta fines de mayo del 2020, da cuenta de que la tasa de deforestación en La Pampa cayó de casi 175 hectáreas por mes a menos de 20 hectáreas por mes. Es decir, hubo una reducción del 92 %. “El reporte apunta a focalizar el avance de la minería ilegal post [Operación] Mercurio y en los meses de cuarentena”, dijo a Mongabay Latam el biólogo Sidney Novoa, director SIG y Tecnología para la Conservación de ACCA.
El informe también revela que en
la zona del Pariamanu el aumento de deforestación, a consecuencia de la minería
ilegal, fue del 70 %. Entre el 2017 y 2018, la tasa de hectáreas depredadas por
mes era de 2.5, pero creció a 4.2 durante el 2019. Sidney Novoa señaló que el
Pariamanu configura el sector de Madre de Dios que ha presentado el incremento
más importante en cuanto a minería que ocasiona deforestación. El biólogo
precisó que si bien se trata de una tasa todavía baja, existe pérdida de
bosques porque hay mineros ilegales operando. “Si ahora detectamos una pérdida
ahí (Reserva Tambopata) es por causa natural; pero en el caso del Pariamanu
no”, anotó.
La deforestación a causa de la minería ilegal en la zona del Pariamanu se incrementó de 2.5 hectáreas por mes a 4.2 hectáreas por mes durante el último año. Imagen: MAAP – ACCA |
Según el Programa Nacional de
Conservación de Bosques para la Mitigación del Cambio Climático del Ministerio
del Ambiente (Minam), entre el 2001 y el 2018 se perdieron 209 733 hectáreas de
bosques en Madre de Dios. Sidney Novoa estima que en el 2019 habrían sido
deforestadas unas 20 mil hectáreas más en esta región. Con ello, hoy en día la
cantidad de bosques depredados en Madre de Dios bordea las 230 mil hectáreas.
El 30 de junio, el Programa Bosques reveló que la Amazonía peruana perdió 7119
hectáreas de bosques durante los dos primeros meses de cuarentena a causa del
Covid-19 (15 de marzo – 15 de mayo).
El bosque Papa Francisco
A unos 25 minutos en peque peque
desde Boca Pariamanu está el bosque Papa Francisco (Nihii Eupa Francisco, en la
lengua de la etnia amahuaca). Una superficie de 1800 hectáreas que alberga
árboles de castaña, cedro, caoba, lupunas y shihuahuaco. También jaguares,
tapires, huanganas, venados, maquisapas, entre otras especies animales. A fines
del 2017, la comunidad indígena nombró Papa Francisco a esta parte de su enorme
extensión boscosa en reconocimiento a la preocupación por el medio ambiente del
Sumo Pontífice, quien entonces había incluido a Madre de Dios como parte de su
primer periplo por el Perú. Boca Pariamanu inició desde ese momento una serie
de gestiones para que el bosque Papa Francisco sea reconocido como un área de
conservación privada. Alberto Inuma dice que aquella denominación daba a su
comunidad la seguridad de que el bosque estaría bien protegido de taladores o
mineros. Ahora todos en Boca Pariamanu son conscientes de que la deforestación
ya está muy cerca de esas 1800 hectáreas, apenas del otro lado del río.
Pero si los mineros ilegales aún
no irrumpen en el Papa Francisco es en gran medida por el patrullaje periódico
que los indígenas de las comunidades cercanas realizan. Algunos incluso
permanecen en los límites del área que buscan establecer como zona de conservación
a la expectativa del avance de los extractores de oro. Además de ser presidente
de Boca Pariamanu, Julio Rolin tiene hace seis años el rol de veedor forestal
en su comunidad. Afuera de los límites, tiene a cargo monitorear los índices de
tala ilegal, minería y otros delitos. La comitiva de los pueblos indígenas que
realiza las rondas por el Pariamanu envía luego un reporte a la Fenamad, y esta
a las autoridades correspondientes. Julio Cusirichi dice que, como Rolin en
Boca Pariamanu, hay 21 veedores forestales en 21 comunidades nativas de Madre
de Dios. Pero toda organización y esfuerzo parecen hasta ahora insuficientes.
El presidente comunal advierte
que las interdicciones demoran mucho en concretarse. Que si se desarrolla un
operativo, basta que pasen tres o cuatro días para que las operaciones mineras
retornen con total normalidad. “Solo hay que cruzar el río para ver tierras
llenas de mercurio sobre lo que era bosque puro”, refiere. Para Eddy Peña, de
la SPDA, a los mineros ilegales de este sector les favorece que normalmente no
haya ningún tipo de control en ríos chicos como el Pariamanu o Las Piedras. A
diferencia del río Madre de Dios, añade, la Marina no tiene mucha presencia en
sus afluentes pequeños.
La fiscal a cargo de la Fiscalía
Especializada en Materia Ambiental (FEMA) en Madre de Dios, Karina Garay,
informó a Mongabay Latam que su despacho tiene conocimiento desde el año pasado
sobre la presencia de mineros ilegales en la zona del Pariamanu y en Apaylon,
otro sector que también aparece con crecimiento de deforestación en el reporte
de MAAP. Indicó que por ello la fiscalía sí ha estado realizando operativos en
ambos lugares y que, como parte de aquellas acciones, hace dos meses fueron
destruidas 19 balsas utilizadas por los mineros asentados en el Pariamanu.
Garay descartó que los indígenas de Boca Pariamanu hayan presentado alguna
denuncia en torno a actividad minera cerca de esta comunidad. El titular de la
Fenamad, no obstante, asegura que incluso las amenazas contra los amahuacas han
sido reportadas a las autoridades.
“Lo cierto es que el minero no
siempre se va al primer operativo. La experiencia nos enseña que se tienen que
hacer operativos constantes y mantener el control en el lugar si no queremos
que regresen”, apuntó la fiscal.
El pasado 7 de julio, la FEMA de
Madre de Dios intervino tres campamentos de minería ilegal instalados en el
sector de Apaylon, correspondiente a la zona de amortiguamiento de la Reserva
Nacional de Tambopata. Balsas, motores y más de 30 galones de combustible
fueron decomisados. Semanas después realizó otra interdicción en la misma zona.
Sin embargo, a juicio del presidente del Comité de Gestión de la Reserva Nacional
Tambopata, Víctor Zambrano, acciones como estas han sido desarrolladas solo de
manera muy puntual y sin generar impacto contra los mineros ilegales que
continuaron operando durante estos más de 150 días de pandemia. Lo grave y
triste, subraya, son los esfuerzos aislados de las comunidades nativas por
defenderse. Y en el caso particular de los indígenas de Boca Pariamanu, por
proteger su recurso estratégico más importante y el que más han conservado: los
árboles de castaña.
Sin resquicio de duda, Víctor
Zambrano detalla que el Pariamanu es otro de los sectores de Madre de Dios
donde la actividad extractiva ilegal arrecia con mayor fuerza desde los últimos
meses. Cree que nadie como los mineros de la selva peruana aprovechó el
larguísimo periodo de aislamiento social que decretó el Estado para detener la
propagación del coronavirus. Por eso no es extraño ni nada descabellado para él
que los mismos indígenas de Boca Pariamanu hayan rotulado a su zona como ‘la
nueva Pampa’. Una especie de grito de socorro o el intento de hacerse visibles
en su lucha contra la adversidad. Los amahuacas confían en la reivindicación de
sus bosques, de su seguridad; aunque aquello que más protegen, y más quieren,
es justo lo que están perdiendo sin tregua.
Imagen principal: Esta es una toma aérea de la incesante depredación de bosques a causa de la minería ilegal en las proximidades de la comunidad nativa de Boca Pariamanu, en Madre de Dios. Diego Pérez / SPDA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por su comentario